Un análisis de Sentencias III, XII de Isidoro de Sevilla (págs. 150–151);
1. Quien carnalmente pasa por las palabras de la ley de ninguna manera entiende la ley; solo el que la mira con un sentido interior de inteligencia. Porque quienes ponen su intención en la letra. no pueden penetrar lo que está oculto.
2. Muchos por no entender espiritualmente las Escrituras y no sentir de ellas rectamente, rodando han caído en herejía y se han derramado en muchos errores.
3. Solo en los fieles está escrita la ley, según testifica el Profeta: Ata el testimonio, escribe la ley en mis discípulos; a fin de que ni el judio ni el hereje la entiendan, porque no son discípulos de Cristo. Pues no siguen la unidad de la paz que enseñó Cristo, de la que dice el mismo Señor (Jn., 13, 35): “Por aquí conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros’’.
4. Los herejes no les gustan las Escrituras con sano sentido. sino que las depravan para el error de mala inteligencia; y ellos mismos no se someten a los sentidos de ellas, sino que las arrastran y violentan malamente para el error propio.
5. Los que enseñan errores de tal suerte enredan a los oyentes con perversas persuasiones y mentirosos argumentos que los meten en una especie de laberinto de donde no pueden apenas salir.
6. Tanta es la astucia de los herejes que mezclan lo verdadero con lo falso, lo bueno con lo malo, y entre cosas saludables ponen generalmente el veneno del error suyo, con el fin de poder persuadir mas fácilmente la malicia del perverso dogma bajo el manto de la verdad.
7. Por lo general los herejes redactan sus dichos bajo nombre de doctores católicos para que al ser leídos sean creídos sin ninguna duda. Algunas veces extrapolan sus blasfemias con dolo escondidas en los libros de los nuestros y corrompen la doctrina verdadera adulterandola, a saber: unas veces añadiendo cosas impías, otras quitando las que son piadosas.
8. Cautamente han de meditarse y con sentido de prudencia han de probarse las cosas que se leen, a fin de que según las advertencias del Apóstol mantengamos las que son verdaderas y rechacemos las que son contrarias a la verdad, y de tal manera seamos instruidos por las buenas, que permanezcamos ilesos de las malas.
—San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, Capítulo XII, pagína 149-150-151.
1) Las dos tesis en contraste (muy breve)
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Perspicuidad (reformada): La Escritura es suficientemente clara en lo necesario para salvación y obediencia; su recepción salvadora exige la iluminación del Espíritu y el “debido uso de los medios ordinarios” (lectura, predicación, oración, comunión eclesial).
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Monopolio magisterial (única interpretación infalible): La correcta comprensión de la Escritura depende constitutivamente de una instancia jerárquica con carisma de interpretación infalible que, en última instancia, monopoliza el sentido auténtico.
2) Exégesis punto por punto del capítulo
(1) Distingue entre lectura carnal (pegada a la “letra”) y entendimiento interior. La mera letra “no penetra”; se requiere sensus interior.
→ Marco agustiniano de iluminación: la claridad objetiva del texto no basta sin la obra interna de Dios (cf. Sal 119:18 RVR1960; 1 Co 2:14).
(2) La falta de lectura “espiritual” conduce a herejía.
→ El problema se ubica en el lector (disposición moral/espiritual), no en una supuesta necesidad de una instancia infalible que supla la incapacidad del texto.
(3) “La ley… escrita en los fieles” (eco de Is 8:16; Jer 31:33; 2 Co 3:3). La marca del discípulo es amor y unidad (Jn 13:35).
→ La inscripción interna por el Espíritu explica por qué los fieles entienden salvadoramente; no apela a una oficina infalible, sino a la obra de gracia en el pueblo de Dios.
(4–7) Diagnóstico antiherético: los herejes violentan el texto, mezclan verdad y error, usan pseudonimia y adulteran doctrinas, incluso interpolando en libros “de los nuestros”.
→ Isidoro subraya la necesidad de discernimiento textual y doctrinal, la apelación a doctores católicos y a la tradición; pero nada de esto se formula como monopolio infalible. El énfasis es ético-espiritual y filológico/doctrinal (qué hacen con los textos), no jurídico (quién posee un carisma exclusivo.
(8) “Meditar cautamente… probar con prudencia… mantener lo verdadero y rechazar lo contrario” (eco de 1 Tes 5:21; Hch 17:11).
→ Isidoro entrega al cuerpo de los fieles una tarea activa de examen bajo criterios espirituales y de sana doctrina. Esto presupone que la Iglesia puede y debe discernir por la Palabra, no que deba esperar un dictamen infalible único para que la Palabra sea comprensible u operativa.
3) Qué favorece el texto y qué no
Elementos concordes con la perspicuidad reformada
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Clara distinción Palabra externa / obra interna del Espíritu: la Escritura es luz, pero el corazón necesita ser abierto (2 Co 4:3–6; Sal 119:130).
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Responsabilidad del lector y de la Iglesia: “meditar”, “probar”, “retener lo bueno” (1 Tes 5:21), implican que la Iglesia vive de la Escritura y puede identificar lo ortodoxo.
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Criterio espiritual/moral (humildad, discipulado, amor) como condición de recepción; la ceguera se atribuye a soberbia y malicia, no a falta de una llave jerárquica exclusiva.
Elementos compatibles (pero no determinantes) con una alta autoridad eclesial
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Respeto por los “doctores católicos” y advertencias sobre textos adulterados: esto justifica magisterio docente, reglas de fe, crítica textual y tradición viva.
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Unidad de paz como marco hermenéutico: el entendimiento se da en la Iglesia.
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Sin embargo, el pasaje no formula la necesidad de una única instancia infalible; más bien, presupone una eclesialidad disciplinada donde la Palabra, recibida en el Espíritu, juzga a los lectores (fieles o herejes).
4) Objeciones y respuestas breves
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“Si los herejes pervierten la Escritura, ¿no se requiere un árbitro infalible?”
Isidoro responde con criterios (amor, humildad, fidelidad católica), prácticas (examinar, probar), y doctores al servicio de la verdad, no con la tesis de que sin un intérprete infalible la Iglesia quede inerme. La solución es espiritual y doctrinal, no monopolística. -
“‘Solo el discipulado entiende’, entonces no hay perspicuidad.”
La perspicuidad reformada nunca negó la necesidad de iluminación; afirma que lo necesario para salvación es claro y eficaz bajo el Espíritu en los fieles. Isidoro habla exactamente en esos términos: la Palabra es clara y juzga, pero el corazón puede estar velado (1 Co 2:14; 2 Co 4:3–4).
5) Veredicto
En su literalidad y dinámica interna, Sentencias III, XII se alinea más con la perspicuidad reformada (claridad suficiente en lo necesario + indispensable iluminación y santidad del lector) que con la jerarquía magisterial de única interpretación infalible. Isidoro exige una Iglesia docente, vigilante y unida, pero su explicación del éxito o fracaso hermenéutico es, ante todo, espiritual-moral y textual, no jurídico-infalibilista.
