Visión de los Padres Hispanos sobre Iconos e Iconoclasia

Contexto histórico y cultural

Desde sus orígenes cristianos, la Iglesia hispana mostró gran cautela ante las imágenes religiosas, influida por la persistencia de prácticas paganas y judías. Pronto surgieron normas restrictivas: así lo ejemplifica el Concilio de Elvira (Granada, ca. 305), primer sínodo hispano registrado, que estableció en su canon 36: “Que no haya pinturas en las iglesias, para que no se pinte en las paredes lo que se venera o adora”. En otras palabras, prohibió expresamente las representaciones pictóricas en los templos para evitar todo riesgo de idolatría. Este mismo concilio (canon 41) proscribió los ídolos paganos en hogares cristianos y advirtió incluso que quien rompiera un ídolo y fuera martirizado no sería contado entre los mártires cristianos. Tales decretos muestran una corriente anicónica primitiva en Hispania: más que teología, se trató de un rigor disciplinar local frente a la imagen, semejante al “primer iconoclasmo” reflejado en escritos como el de Tertuliano (s. III).

Tras la caída del Imperio romano, los visigodos arrianos y luego convertidos al catolicismo (589) continuaron esta tradición de cautela. La Iglesia hispana visigoda cultivó una identidad litúrgica propia (rito hispano) y produjo figuras influyentes como San Leandro de Sevilla y Martín de Braga, pero no se conocen tratados patrísticos hispanos dedicados al culto a las imágenes. En general siguieron la línea del Occidente latino: las imágenes se aceptaban como ayudas educativas o decorativas, no como objetos de adoración. Por ejemplo, la escuela de San Isidoro de Sevilla (560-636) heredó la teología de San Agustín y de la tradición romana, que veía las imágenes “ad usum fidei” –para instruir a los fieles– sin atribuirles culto propiamente dicho. En la práctica hispana visigoda abunda el arte religioso (mosaicos, relieves, códices iluminados), pero siempre con fines narrativos o simbólicos, no litúrgicos formales de veneración.

Desarrollo doctrinal y patrístico

En los siglos IV–VIII los Padres hispanos (Latinos) se centraron en polémicas trinitarias y cristológicas (Prudencio, Paciano, Agustín de Hipona influenció indirectamente) más que en iconografía. No se registra entre ellos un movimiento iconódulo (venerador de imágenes) propiamente dicho. Al contrario, la herencia latina insistía en distinguir claramente la latría (culto a Dios) de la dulía (veneración a santos) y la hiperdulía (a María). La doctrina oficial católica admitía honrar a las imágenes como recordatorio del prototipo divino, pero reservaba la adoración solo a Dios. Aunque no hubo aquí tratados similares al de Juan Damasceno (filósofo sirio que defendió las imágenes en el Este en el s. VIII), la Iglesia occidental –y por tanto la hispana– siguió tácitamente esa línea: usar imágenes con un propósito didáctico o litúrgico (p. ej. cruces o elementos decorativos) sin ninguna “adoración” implícita. No hay en Hispania concilios ni Padres que promuevan cultos a iconos; más bien, se alude al valor formativo de las imágenes “para alimentar la fe de los iletrados” (san Gregorio Magno, autoridad respetada por los hispanos), pero sin cuestionar lo que decía Elvira: “No se debe pintar en las paredes lo que se venera/adora”. En resumen, la teología patrística hispana reforzó la posición tradicional latina: las imágenes son lícitas como apoyo pedagógico, pero no objeto de culto sobrenatural propio.

Debates conciliares

Los únicos pronunciamientos conciliares hispanos sobre imágenes ocurren en época tardoantigua temprana. Ya citamos el Concilio de Elvira (ca. 305-306), con su canon 36 anicónico. Después, durante la era visigoda, los Concilios de Toledo (589 en adelante) no dedicaron cánones específicos a iconos. Por ejemplo, tras la conversión de Recaredo (589, III Toledo) y en los conciliábulos siguientes (IV Toledo 633 presidido por Isidoro de Sevilla, etc.) apenas se trataron cuestiones doctrinales y de disciplina (fidelidad arriana vs. nicena, sucesión real, moralidad del clero), sin tocar formalmente el tema de las imágenes. Se puede inferir que la posición de la Iglesia hispana había quedado alineada con el Magisterio universal latino: aceptaba las representaciones como parte de la devoción, pero no impulsaba la iconodulia ni una iconoclasia oficial. De hecho, la norma canónica hispana proscribió la iconoclasia popular: Elvira incluso penaliza el romper ídolos paganos sin reconocer a esos mártires, señal de que no promovía “rompimientos” simbólicos sino más bien la pureza interna. En ausencia de disputas locales (el gran debate iconoclasta bizantino surge después y fuera de Hispania), los concilios visigodos actuaron con prudencia, enfocándose en asuntos políticos y eclesiásticos internos.

Conclusiones

En definitiva, la Iglesia hispánica antigua mostró un enfoque reservado hacia las imágenes religiosas. En los primeros siglos cristianos (Hispania romana) siguió una línea iconoclasta moderada: el Concilio de Elvira vetó las pinturas en los templos para evitar idolatrías. Con la consolidación del catolicismo visigodo, esa prohibición absoluta cayó en desuso, pero no se sustituyó por una iconodulia entusiasta: los padres hispanos posteriores (Isidoro, Braulio, Julián, etc.) continuaron la tradición occidental de distinguir la veneración debida a Dios del valor meramente didáctico de las imágenes. En resumen, los hispanos visigodos no impulsaron culto litúrgico a iconos, ni fomentaron un iconoclasmo violento; su práctica pudo incluir imágenes para instrucción o devoción privada, pero siempre subrayando la diferencia entre símbolo y realidad adorada. Las fuentes conciliares lo reflejan: tras Elvira, no hubo cánones revolucionarios sobre iconos, indicando que el tema no planteó mayores polémicas en Hispania. Esta postura pragmática y básicamente alineada con el Magisterio latino muestra que el “debate de imágenes” –tan candente en el Imperio oriental del siglo VIII– apenas alteró la tradición hispana anterior al año 711.

Fuentes: Los cánones conciliares hispanos (por ejemplo Elvira) y estudios históricos indican la cautela hispana ante las imágenes; los escritos patrísticos posteriores (Isidoro, Prudencio, Leandro) no contienen defensa explícita de iconodulia, reflejando la posición tradicional católica occidental. Estos testimonios canónicos son los más directos disponibles.