Un análisis del pasaje de Sentencias III, 8 de Isidoro de Sevilla, (página 147);
1. La oración nos purifica, la lectura nos instruye; ambas cosas son buenas cuando son posibles; pero, si no, mejor es orar que leer.
2. El que gusta de estar siempre con Dios, debe orar con frecuencia, y asimismo leer. Porque, cuando oramos, somos nosotros los que hablamos con Dios; mas, cuando leemos, es Dios quien habla con nosotros.
3. Todo el aprovechamiento proviene de la lectura y de la meditación, porque con la lectura aprendemos las cosas que ignoramos y con la meditación conservamos las que hemos aprendido.
4. Un doble beneficio proporciona la lectura de las santas Escrituras, sea porque instruye mejor al entendimiento, sea porque conduce al amor de Dios al hombre que ya se ha apartado de las vanidades del mundo. Efectivamente, muchas veces, estimulados por las enseñanzas, nos sustraemos al deseo de la vida mundana, y enardecidos por el amor de la sabiduría, tanto mas se desvanece ante nosotros la vana esperanza en nuestra condición mortal cuanto mas brilla a causa de la lectura la esperanza eterna.
5. Doble es el propósito en la lectura; el primero se refiere al modo de entender las Escrituras, el segundo, al provecho y dignidad con que se dan a conocer. Pues primeramente uno estará en disposición de entender lo que lee, luego será apto para comunicar lo que aprendió.
6. El lector diligente estará mas resuelto a poner en práctica lo que lee que a entenderlo. Es menos penoso desconocer lo que uno pretende que no ejecutar lo conocido. Porque del mismo modo que con la lectura buscamos saber, así debemos realizar las buenas obras que aprendimos al tener conocimiento de ellas.
7. La ley de Dios encierra un premio y un castigo para quienes la leen. Premio para quienes, por vivir con rectitud, la observan; castigo para los que, por su vida depravada, la desprecian.
8. Todo el que por su conducta se aparta de los preceptos de Dios, cuántas veces tuviere la ocasión de leer o escuchar estos mismos preceptos divinos, al ser reprendido en su corazón, queda confuso, pues recuerda lo que no practica y en su interior le acusa el testimonio de la conciencia. Por ello, el profeta David suplica con estas palabras: Entonces no seré confundido cuando atienda a todos tus mandatos (Sal 2. 8, 6). En efecto, uno queda sumamente confuso cuando, leyendo o escuchando, considera los mandamientos de Dios, que en su vida desprecia, y su corazón le reprende en tanto es instruido con la meditación de los mandamientos, porque no realizó de obra lo que aprendió por imperativo divino.
— San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, Capítulo VIII, pagíina 147.
1) Tesis en contraste, muy breve
-
Perspicuidad (reformada): La Escritura, aunque contiene pasajes difíciles, es suficientemente clara en lo necesario para salvación y obediencia; cualquier creyente, “en el uso debido de los medios ordinarios”, puede entender lo esencial sin un intérprete infalible único. (WCF 1.7).
-
Monopolio magisterial (romana): La interpretación auténtica de la Palabra de Dios (Escritura y Tradición) “ha sido confiada exclusivamente al Magisterio vivo de la Iglesia.” (Dei Verbum 10).
2) Qué dice Isidoro (síntesis del texto citado)
El fragmento exhorta a orar y leer; en la oración hablamos a Dios y en la lectura Dios nos habla; todo progreso espiritual proviene de lectura y meditación; la lectura instruye, enciende el amor de Dios y aparta de las vanidades; hay un orden didáctico (primero entender, luego enseñar), con prioridad práctica (obedecer lo aprendido); la Ley promete premio y castigo, y la lectura reprende la conciencia del que desobedece. Estas líneas son genuinas de Isidoro y se transmiten en colecciones patrísticas y lecturas litúrgicas.
Nota textual bíblica: cuando Isidoro cita “Entonces no seré confundido…”, corresponde al Salmo 119:6 (RVR1960): “Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos.” (en la Vulgata es 118:6).
3) Lectura analítica punto por punto
(1–3) Lectura como medio ordinario de gracia: Isidoro presenta la lectura directa como canal de instrucción divina (“Dios nos habla”), no como actividad reservada a un colegio infalible. Esto encaja con la perspicuidad “en el debido uso de medios ordinarios” (lectura, meditación). No se apela a un árbitro único para que el fiel reciba la voz de Dios.
(4) Eficacia moral de la Escritura para cualquier lector: Al atribuir a la lectura un doble fruto —luz en el entendimiento y amor a Dios—, Isidoro asume una accesibilidad funcional del texto sagrado al pueblo de Dios. Tal accesibilidad es la premisa práctica de la perspicuidad: la Escritura “hace” lo que dice en los lectores. No exige mediación infalible para producir su efecto.
(5) Orden: entender para luego enseñar: Reconoce maestros (“comunicar lo aprendido”), pero subordina la docencia al entendimiento previo del texto, no a un carisma exclusivo. La existencia de maestros no niega la perspicuidad; en la teología reformada, doctores y concilios sirven a la Palabra, no la monopolizan.
(6) Primacía de la obediencia sobre la especulación: “Más resuelto a poner por obra que a entenderlo.” El énfasis ético presupone que lo esencial se entiende suficientemente como para obedecerlo; de otro modo, la prioridad de la praxis sería incoherente.
(7–8) La Ley como norma que juzga al lector: La lectura confronta la conciencia del que se aparta de los preceptos. Isidoro describe una relación inmediata del fiel con la norma divina en la lectura y la audición, sin interponer la necesidad de un veredicto magisterial infalible para que la conciencia sea informada y reprendida.
4) Objeción esperable: “Isidoro fue católico; ¿no implica eso Magisterio?”
Correcto: Isidoro es un padre hispano del siglo VII, eclesialmente comprometido con la ortodoxia conciliar y la lucha contra herejías. Reconoce el valor normativo de los credos y concilios (en la tradición hispano-nordafricana, se recepcionaban los cuatro primeros ecuménicos). Esto muestra una “regula fidei” conciliar fuerte, pero no equivale —ni históricamente podía equivaler— a la formulación pos-tridentina/vaticana de un monopolio magisterial de interpretación infalible tal como lo define Dei Verbum 10.
En otras palabras, el Isidoro histórico:
-
Afirmó la ortodoxia conciliar y el ministerio docente de la Iglesia.
-
Pero en este pasaje promueve la lectura personal como trato inmediato con la voz de Dios, suficiente para instruir, convertir y normar la conciencia—lo que se alinea conceptualmente con la perspicuidad material (lo necesario se entiende por los fieles con medios ordinarios), no con la necesidad constitutiva de una instancia única infalible para cada acto interpretativo.
5) Diagnóstico final (objetivo)
-
Lo que el texto favorece explícitamente:
-
Lectura y meditación directas para todo creyente como medios en los que Dios mismo habla.
-
Capacidad de la Escritura para instruir, mover a amar, corregir y juzgar la conciencia del lector común.
-
Existencia de enseñanza eclesial derivada (entender → enseñar), no constitutivamente monopolizada.
-
-
Lo que el texto no afirma ni sugiere:
-
Que la comprensión significativa de la Escritura dependa necesariamente de un intérprete infalible único o de la aprobación magisterial previa para que sea voz de Dios al lector. Esa tesis pertenece a desarrollos doctrinales posteriores (formulados explícitamente en el siglo XX).
-
Veredicto
Considerado este pasaje en su literalidad y dinámica interna, corresponde más a la postura reformada sobre la perspicuidad de las Escrituras (claridad suficiente en lo necesario mediante lectura y meditación por los fieles, con maestros al servicio de la Palabra), que a la concepción de una jerarquía con exclusiva capacidad infalible de interpretación. Isidoro permanece un padre católico conciliar; sin embargo, su exhortación concreta aquí funciona con supuestos que la teología reformada sistematizaría más tarde con el nombre de perspicuidad.
