Las cuatro partes del discurso en San Isidoro y su integración al ministerio del pastor (maestro) hispano reformado

Introducción

San Isidoro de Sevilla, heredero crítico de la tradición clásica, resume en cuatro partes la arquitectura del buen decir: exordio, narración, argumentación y conclusión. Lejos de ser un esquema retórico meramente escolar, esta secuencia ofrece un andamiaje útil para la predicación expositiva y la enseñanza formativa y reformada, donde la forma sirve a la verdad revelada en las Escrituras y el ordo del discurso facilita la inteligencia del texto bíblico. En un marco reformado, la retórica no sustituye la Escritura ni la “demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4); más bien le sirve para glorificar a Dios con ella. La meta no es el lucimiento del orador, sino “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:28). En este breve artículo estaremos bien en breve como la siguiente cita de San Isidoro, nos sirve para alcanzar ese último fin del hombre, glorificar a Dios exponiendo Su Palabra-Ley.

1. En el arte de la Retórica, cuatro son las partes del discurso: el exordio, la narración, la argumentación y la conclusión. De ellas, la primera llama la atención del oyente; la segunda expone los hechos; la tercera trata de convencer, aduciendo a pruebas; la cuarta hace un resumen del discurso. 2. Debe iniciarse de tal forma que logremos que el oyente se muestre benévolo, dócil y atento: benévolo a nuestros deseos, dócil á nuestras enseñanzas y atento a nuestros estímulos. La narración deberá ser concisa y clara. La argumentación deberá primeramente dejar bien corroborada nuestra postura y rebatir a continuación la del adversario. La conclusión debe ser tal que empujemos al espíritu del oyente a admitir lo que decimos.

— San Isidoro de Sevilla, Etmologías, Libro II, 7, Sobre las cuatro partes del discurso.

I. Sobre las cuatro partes del discurso

El exordio, según Isidoro, debe disponer al oyente en benevolencia, docilidad y atención. En la praxis reformada, este inicio se subordina a la lectura pública y a la oración: convocar a la congregación no a un espectáculo sino a la presencia del Dios que habla por su Palabra. Aquí el pastor-maestro hispano, a menudo en contextos bilingües y multiculturales, busca puentes fieles entre el mundo del texto y el mundo del oyente sin trivializar el pasaje. Debe evitar la anécdota gratuita y el “gancho” manipulador de algunos en nuestros días; más bien, debe señalar la necesidad humana que el texto mismo resuelve, y pedir que el Espíritu disponga el corazón (Sal 119:18).

La narración, para Isidoro, ha de ser clara y concisa. En la predicación expositiva esto significa exponer el argumento del pasaje: contexto literario, histórico y canónico; flujo del pensamiento; palabras clave; estructura; y la intención autoral. “Y leían… claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” (Neh 8:8). Un análisis amplio textual—en sentido sano y eclesial—no compite con la piedad: establece el texto, clarifica variantes significativas cuando las hay, sitúa el género literario y previene inferencias ilegítimas. Un pastor-maestro hispano, además, debe cultivar la atención debida al texto y mostrar que su tarea es una diaconía del sentido del texto: asegurar que la Iglesia oiga lo que el texto dice, no lo que desea oír.

La argumentación, tercera parte, busca corroborar la postura verdadera y refutar la contraria (Tesis vs antitesis). Para el ministro reformado, “postura” no es una opinión privada sino la tesis del texto en su contexto, aplicada a la vida del pueblo de Dios para su desarroolo y crecimiento. “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti 4:2). La demostración se apoya en la analogía de la fe (Scriptura Scripturam interpretatur), en el testimonio total del canon y en la teología sistemática (patrística y reformada) probada por la Escritura. La refutación no es polémica estéril; es medicina pastoral: desenmascara el error que confunde al rebaño (Tito 1:9) y ordena los afectos y la conducta hacia la obediencia de la fe. En el contexto hispano, esto exige discernir sin miedo ídolos políticos, sincretismos y moralismos culturalmente arraigados, tratando con mansedumbre a los que se oponen (2 Timoteo 2:25), y aplicando con sabiduría análisis funcional de la persona: es decir, identificar patrones de pensamiento, deseos y hábitos a la luz de la Ley y el Evangelio.

La conclusión, finalmente, empuja el espíritu a admitir lo dicho, no por coerción retórica sino por convicción de verdad y llamado concreto a la obediencia. No es un simple resumen; es la puerta de salida hacia la vida nueva. “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). En ella confluyen la doxología, la exhortación y el consuelo: Cristo proclamado, el pecador convocado al arrepentimiento y la Iglesia enviada al servicio. La conclusión reformada evita promesas vacías y sentimentalismo: cierra donde el texto cierra, señalando a Cristo y fijando pasos de obediencia verificables en la familia, trabajo, iglesia y ciudad.

II. Nos debemos al Texto primeramente, y luego al pueblo

Integrar el esquema isidoriano exige, entonces, un ministerio pastoral que sea magisterial y diaconal a la vez. El pastor-maestro hispano reformado es un hombre de texto y de pueblo: cuida el depósito (2 Timoteo 1:13–14), enseña con firmesa, refuta con caridad y acompaña procesos de santificación en comunidades atravesadas con memorias culturales complejas. Su homilética se ordena a formar entendimiento, reordenar afectos y habilitar prácticas en comunidad, en otras palabras, es fojar catequesis robusta para niños, jóvenes, adultos, hacer consejería bíblica que vincula doctrina y hábitos, y juntos como Iglesia local hacer misión pública que da razón de la esperanza (1 Pedro 3:15) sin trocar el púlpito por tribuna partidista. Esta vocación requiere disciplina en estudio (2 Timoteo 2:15), vida de oración, transparencia pastoral y una iglesia que evalúa el mensaje comunitario según la Escritura (Hechos 17:11).

Conclusión

Así, la antigua retórica se bautiza y sirve al fin santo: que la Palabra corra y sea glorificada. El orden exordio–narración–argumentación–conclusión no esclaviza la predicación, la enseñanza y la mutua participación de la Iglesia, pero la ayuda a ser comprensible, veraz y eficaz. En tiempos de discursos crispados, eslóganes y monólogos sin sentido, la Iglesia necesita predicación que piense bien para creer bien, y que crea bien para vivir mejor: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).

En reseumen

  • La forma retórica sirve al contenido bíblico; no lo sustituye (1 Corintios 2:4).

  • Exordio: dispone al oyente mediante oración y puente fiel, no manipulación.

  • Narración: claridad exegética y textual que “pone el sentido” al servicio (Nehemías 8:8).

  • Argumentación: tesis del texto, analogía de la fe, refutación medicinal (Tito 1:9; 2 Timoteo 4:2).

  • Conclusión: llamado concreto a obediencia, doxología y envío (Hechos 20:27).

  • Perfil del pastor-maestro hispano: Escritual, catequeta y consejero; une doctrina, afectos y práctica en comunidad.

  • Salvaguardas: Sola Scriptura, todo el consejo de Dios, evaluación congregacional (Hechos 17:11).

  • Resultado esperado: comprensión, convicción y transformación, para “presentar perfecto en Cristo” (Colosenses 1:28).