Introducción: La Paradoja del Hereje Fundacional
La historia del Imperio Español está repleta de paradojas, pero pocas son tan profundas y reveladoras como la del teólogo Constantino Ponce de la Fuente (c. 1502-1560). Celebrado en vida como uno de los predicadores más elocuentes de su tiempo y capellán del emperador Carlos V, fue condenado póstumamente por la Inquisición como un “hereje luterano”, su cuerpo exhumado y quemado en efigie en un intento por borrar su memoria de la faz de la tierra. Sin embargo, el esfuerzo del Santo Oficio por aniquilar su legado resultó en una de las ironías más significativas de la historia religiosa transatlántica. Este artículo argumenta que la obra principal de Ponce de la Fuente, la Suma de doctrina cristiana (1543), a pesar de ser proscrita y su autor vilipendiado, no solo evadió la censura imperial, sino que se convirtió, de manera anónima y adaptada, en un texto catequético fundamental para la evangelización de la Nueva España.
Este extraordinario viaje de un texto prohibido desde las hogueras de Sevilla hasta las imprentas de la Ciudad de México expone las fisuras inherentes al sistema de control ideológico del imperio, la tensión entre la ortodoxia metropolitana y las realidades pragmáticas de la periferia colonial, y la sorprendente persistencia de las corrientes reformistas españolas a ambos lados del océano. La trayectoria de la Doctrina cristiana de Ponce de la Fuente no es simplemente la historia de un libro de contrabando; es un microcosmos que revela la compleja ecología intelectual del mundo hispánico del siglo XVI.
Para desentrañar esta paradoja, el presente artículo se estructura en cuatro capítulos. El primero examinará la vida, el contexto intelectual y la teología de Constantino Ponce de la Fuente, analizando cómo sus ideas, enraizadas en el humanismo erasmista, evolucionaron hasta ser consideradas una herejía capital. El segundo capítulo trazará las rutas físicas e intelectuales por las cuales sus libros prohibidos cruzaron el Atlántico, desafiando el formidable aparato de censura de la Corona. El tercer capítulo se centrará en el núcleo de la tesis, presentando la evidencia documental de la llegada de su obra a la Nueva España y su asombrosa adopción y adaptación por parte del primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga. Finalmente, el cuarto capítulo ampliará la perspectiva para explorar la presencia de las ideas de Ponce en otras partes del continente, notablemente en el Virreinato del Perú, demostrando que su influencia no fue un evento aislado, sino parte de un fenómeno continental más amplio de disidencia intelectual subterránea. A través de este recorrido, se demostrará que el intento de la Inquisición por silenciar a Ponce de la Fuente fracasó de la manera más inesperada: su verbo prohibido se convirtió, inadvertidamente, en semilla fundacional en el Nuevo Mundo.
Capítulo 1: El Verbo Prohibido: Constantino Ponce de la Fuente y la Teología de la Reforma Española
La condena de Constantino Ponce de la Fuente no fue un acto arbitrario, sino la culminación de un proceso en el que su biografía, su formación intelectual y su evolución teológica convergieron con las crecientes ansiedades políticas y religiosas de la España de mediados del siglo XVI. Para comprender por qué su obra fue considerada tan peligrosa como para merecer la hoguera, es necesario analizar al hombre y la arquitectura de su fe.
1.1. De la Cátedra al Cadalso: Biografía de un Intelectual Disidente
Nacido hacia 1502 en San Clemente, provincia de Cuenca, Constantino Ponce de la Fuente emergió de un entorno que ya lo predisponía a la sospecha. La región tenía una notable población de judíos conversos, y aunque no hay certeza absoluta, se cree que su familia era de ascendencia judeoconversa. En una España cada vez más obsesionada con los estatutos de “limpieza de sangre”, este origen era una marca indeleble de vulnerabilidad. Una clara indicación de esta sensibilidad es su rechazo a una canonjía en Toledo, justificado por su deseo de no “turbar” el descanso de sus antepasados, una alusión velada a las investigaciones genealógicas que el cargo requería y que podrían haber expuesto un linaje converso.
Su formación intelectual tuvo lugar en la Universidad de Alcalá, en su momento el epicentro del humanismo cristiano y el erasmismo en España. Este ambiente académico, que promovía un retorno a las fuentes bíblicas y una piedad interiorizada en detrimento de la escolástica tradicional y el ritualismo externo, fue decisivo en la configuración de su pensamiento. Su salida de Alcalá pudo estar vinculada al creciente clima anti-erasmista que comenzaba a dominar el panorama intelectual español.
A pesar de este contexto, su talento lo catapultó a la fama. En Sevilla, donde se doctoró en teología, se convirtió en un predicador de renombre en la Catedral, conocido simplemente como el “Doctor Constantino”. Su prestigio alcanzó tal nivel que fue nombrado capellán del emperador Carlos V, un puesto que le permitió viajar extensamente por Europa entre 1548 y 1551 en el séquito del entonces príncipe Felipe. Estos viajes por Italia, Alemania, Flandes e Inglaterra no fueron meramente turísticos; le ofrecieron una exposición directa a la Reforma protestante y sus efectos, y lo pusieron en contacto con figuras de inclinaciones heterodoxas, como el diplomático Gaspar von Nidbruck, un “protestante encubierto” que le propuso el envío de libros prohibidos a España.
El regreso a España marcó el principio del fin. Aunque ocupó la prestigiosa Canonjía Magistral de Sevilla, las sospechas sobre su ortodoxia se intensificaron, alimentadas por enemigos como el inquisidor Pedro Díaz. El endurecimiento de la política inquisitorial bajo el inquisidor general Fernando de Valdés, enfocado en erradicar los focos “luteranos” de Sevilla y Valladolid, creó el clima propicio para su caída. En agosto de 1558, fue arrestado y confinado en las mazmorras del Castillo de Triana, sede de la Inquisición sevillana. Murió en prisión, probablemente a consecuencia de las torturas y las duras condiciones. La sentencia póstuma, leída en el auto de fe del 22 de diciembre de 1560, lo declaró “hereje apóstata, fautor y encubridor de herejes” y ordenó que sus huesos fueran desenterrados, quemados y sus cenizas esparcidas, en un ritual diseñado para obliterar por completo su existencia y su memoria.
1.2. La Arquitectura de una Fe Heterodoxa: Análisis de la Doctrina Cristiana
La condena de Ponce de la Fuente se basó en una distinción crucial entre sus obras publicadas y sus escritos privados. Sus libros más conocidos, como la Suma de Doctrina Christiana (1543), el Catecismo Christiano (1547) y la Doctrina Christiana (1548), son hoy considerados tratados de teología sistemática. En ellos, Ponce empleó una cuidadosa estrategia de disimulación, a menudo denominada “nicodemismo”, en referencia a Nicodemo, el fariseo que visitaba a Jesús de noche para no ser visto. Sin utilizar abiertamente la terminología de la Reforma, promovía una renovación espiritual basada en la primacía de la Escritura, una fe personal y una predicación sencilla e inteligible, criticando veladamente la corrupción y el formalismo eclesiástico. Su objetivo, como el de muchos erasmistas, era catequizar dentro de la ortodoxia, pero abogando por una vivencia cristiana “de jugo y de vivencia”.
Sin embargo, la prueba definitiva de su “herejía” no provino de estos textos ambiguos, sino del descubrimiento de su biblioteca clandestina, oculta tras una pared falsa en la casa de una de sus seguidoras, Isabel Martínez de Alvo. Allí, la Inquisición encontró no solo libros prohibidos importados de Europa, sino un manuscrito de su propio puño y letra. Este documento, a diferencia de sus obras públicas, era un ataque frontal y sin concesiones a los dogmas centrales del catolicismo romano. En él, trataba “Del Estado de la Iglesia”, “De la verdadera Iglesia y de la Iglesia del Papa” (al que llamaba Anticristo), “Del sacramento de la Eucaristía y del invento de la Misa”, “Del Purgatorio” (al que calificaba de “cabeza de lobo e invento de frailes”), “De las Bulas e Indulgencias papales” y “De los méritos de los hombres”. Confrontado con este manuscrito, Ponce de la Fuente abandonó toda evasiva, reconoció su autoría y afirmó la veracidad de lo escrito, sellando así su destino.
El núcleo teológico revelado en este manuscrito y discernible de forma más sutil en sus obras publicadas se alinea claramente con los principios fundamentales de la Reforma Protestante. Su soteriología (doctrina de la salvación) se basaba en la justificación por la pura gracia de Dios a través de la fe (sola fide), negando que las obras humanas pudieran contribuir al mérito de la salvación. Sostenía la depravación total del hombre, incapaz por sí mismo de cooperar en su redención, y abrazaba la doctrina de la elección divina, según la cual Dios elige a los salvos desde antes de la fundación del mundo, no por sus méritos previstos, sino por su soberana voluntad. Su eclesiología distinguía entre la iglesia visible, institucional y a menudo corrupta, y la verdadera iglesia invisible, compuesta únicamente por los elegidos y unidos a Cristo. Estos postulados eran radicalmente incompatibles con la doctrina católica que se estaba solidificando en el Concilio de Trento.
La tragedia de Ponce de la Fuente, y de todo el movimiento reformista español, fue el resultado de una convergencia fatal de fuerzas históricas. Su perfil de posible converso, su formación erasmista y su teología de corte reformista lo convirtieron en un objetivo en un momento en que España cerraba filas contra cualquier forma de disidencia. La década de 1550 vio el fin de la relativa tolerancia hacia el humanismo crítico y el comienzo de una persecución implacable. El erasmismo, que una vez fue un refugio para la reforma interna, se convirtió en un estigma, y la obsesión por la limpieza de sangre creó un ambiente de paranoia. El mismo perfil intelectual que podría haberle permitido a Ponce prosperar como un reformador católico en la década de 1530 se convirtió, veinte años después, en una sentencia de muerte, ejemplificando el trágico aplastamiento de una vía española hacia la modernidad religiosa.
Capítulo 2: La Travesía de las Ideas: Rutas de Contrabando Intelectual al Nuevo Mundo
La condena de Ponce de la Fuente y la inclusión de sus obras en el Index Librorum Prohibitorum deberían haber garantizado su total erradicación, especialmente en los vulnerables y estratégicos territorios de ultramar. Sin embargo, la formidable maquinaria de censura del Imperio Español, aunque imponente en su diseño, demostró ser notablemente porosa en la práctica, permitiendo que las ideas prohibidas emprendieran un viaje clandestino a través del Atlántico.
2.1. La Tinta y la Censura: El Muro de Contención Imperial
En respuesta a la amenaza de la Reforma Protestante, la Corona Española y el Santo Oficio construyeron un sofisticado sistema de control ideológico. El instrumento central fue el Index Librorum Prohibitorum, un catálogo de obras cuya lectura, posesión o distribución estaba estrictamente prohibida bajo pena de excomunión y proceso inquisitorial. La edición de 1559, promulgada por el Inquisidor General Fernando de Valdés, incluyó explícitamente todas las obras de Constantino Ponce de la Fuente, entre ellas la Suma de Doctrina Christiana, el Catecismo Christiano y la Exposición del Primer Psalmo.
Este muro de contención doctrinal se extendía a través del Atlántico. La Casa de Contratación de Sevilla, que ostentaba el monopolio de todo el comercio con las Indias, era el principal punto de control. Teóricamente, cada cajón de libros que se embarcaba en la Flota de Indias debía ser inspeccionado y contar con una licencia que certificara su ortodoxia. El objetivo era claro: crear una barrera sanitaria que impidiera que el “contagio” herético de Europa llegara a las colonias, protegiendo la pureza de la fe tanto de los colonos españoles como de las poblaciones indígenas recién convertidas. La Inquisición, con sus comisarios en los puertos, era la garante final de este sistema, encargada de vigilar la importación y circulación de cualquier tipo de texto, desde tratados teológicos hasta literatura considerada obscena o subversiva.
2.2. Las Venas Abiertas del Imperio: La Realidad del Contrabando
A pesar de la rigurosidad de las regulaciones, la realidad del comercio transatlántico era muy diferente. El contrabando de libros prohibidos era una práctica común y lucrativa, que aprovechaba las debilidades inherentes al propio sistema de control. La principal ruta comercial, el eje Sevilla-Veracruz, se convirtió también en la principal vía para el tráfico de ideas prohibidas. Marineros, comerciantes, funcionarios e incluso clérigos participaban en este comercio ilícito, ocultando los volúmenes en barriles, fardos de mercancías y otros escondites para eludir las inspecciones. Los puertos de llegada, especialmente Veracruz, se convirtieron en mercados donde estas mercancías intelectuales se compraban y vendían clandestinamente.
Este flujo no respondía únicamente a la oferta, sino a una demanda activa y creciente en las colonias. En los centros urbanos como la Ciudad de México y Lima, se estaba formando una élite letrada —compuesta por criollos, funcionarios y clérigos— ávida de conocimiento y deseosa de participar en los grandes debates intelectuales que sacudían Europa. Para muchos de ellos, la posesión y lectura de libros prohibidos no era solo un acto de curiosidad intelectual, sino también una forma de disidencia sutil y una marca de sofisticación cultural. Los inventarios de bibliotecas y los procesos inquisitoriales de la época demuestran la presencia de una vasta gama de literatura prohibida, desde las obras de Erasmo y Lutero hasta las de Maquiavelo y otros pensadores heterodoxos.
De esta manera, el mismo sistema diseñado para garantizar el monopolio y el control se convirtió, irónicamente, en el principal vector de su propia subversión. La estructura de la Flota de Indias, que centralizaba todo el tráfico en convoyes que partían de un único puerto, pretendía facilitar la vigilancia fiscal e ideológica. Sin embargo, esta misma centralización creó un cuello de botella que, en la práctica, era imposible de supervisar por completo. La inmensa cantidad de mercancías y personas concentradas en cada flota hacía que las inspecciones fueran a menudo superficiales. La corrupción y la picaresca permitían que los libros prohibidos se deslizaran entre los cargamentos legales. Así, la arteria principal a través de la cual el imperio proyectaba su poder y su ortodoxia se transformó en un canal eficiente para la diseminación de la “herejía”, demostrando la inevitable porosidad de cualquier intento de control absoluto sobre el flujo de las ideas.
Capítulo 3: El Legado Inesperado: La Obra de Constantino en la Nueva España
El viaje clandestino de la obra de Constantino Ponce de la Fuente a través del Atlántico no terminó en una biblioteca secreta o en un proceso inquisitorial contra un lector anónimo. Su destino en la Nueva España fue mucho más extraordinario y trascendental, entrelazándose directamente con el proyecto de evangelización en el más alto nivel de la jerarquía eclesiástica y generando una de las ironías más profundas de la historia colonial.
3.1. El Catecismo del Arzobispo: La Doctrina de Zumárraga y su Fuente Oculta
Fray Juan de Zumárraga, el primer arzobispo de México, enfrentó una tarea de proporciones monumentales: la evangelización de millones de indígenas recién incorporados al Imperio Español. Una de sus necesidades más acuciantes era la de disponer de materiales catequéticos claros, sistemáticos y en castellano, que pudieran servir de base para la instrucción de los neófitos y como guía para los misioneros. En su búsqueda de un texto adecuado, Zumárraga encontró en la Suma de doctrina cristiana de Constantino Ponce de la Fuente, publicada en Sevilla en 1543, el modelo perfecto.
La evidencia, establecida por la investigación histórica, es concluyente: la Doctrina breve muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica, impresa en México por orden de Zumárraga entre 1543 y 1544, es en gran parte una copia, adaptación y, en algunos pasajes, una transcripción “casi literal” de la Suma de Ponce de la Fuente. El libro de Ponce, publicado apenas unos meses antes en Sevilla, debió llegar a México en una de las primeras flotas, y Zumárraga, reconociendo su valor pedagógico y su claridad doctrinal, lo adoptó rápidamente para sus propios fines evangelizadores.
Esta conexión, que podría haber pasado desapercibida, se convirtió en un escándalo años más tarde. Tras la muerte de Zumárraga en 1548 y la posterior condena de Ponce de la Fuente por la Inquisición en España en 1558-1560, el sucesor en el arzobispado de México, Fray Alonso de Montúfar, inició una investigación inquisitorial formal sobre la Doctrina de su predecesor. La razón explícita de la investigación era la alarmante dependencia del catecismo mexicano de una obra que ahora figuraba prominentemente en el Index como el producto de un hereje notorio. Este proceso, cuyos documentos se conservan en el Archivo General de la Nación de México, constituye la prueba irrefutable no solo de que la obra de Ponce llegó a la Nueva España, sino de que su influencia fue tan profunda que se integró en el tejido mismo de la catequesis oficial del virreinato.
3.2. La Ironía de la Evangelización: Sembrando con Semilla Prohibida
La situación presenta una ironía histórica de primer orden: la Iglesia novohispana, en su esfuerzo por implantar la ortodoxia católica en el Nuevo Mundo, utilizó sin saberlo un texto imbuido del espíritu del humanismo reformista español, cuyo autor sería condenado por luteranismo. Cabe preguntarse si Zumárraga, una figura con conocidas simpatías erasmistas, fue consciente del potencial heterodoxo de la obra o si, en la década de 1540, simplemente la consideró un catecismo moderno, bien estructurado y eficaz, antes de que Ponce cayera bajo la sombra de la Inquisición. Lo más probable es que, actuando con el pragmatismo que las circunstancias requerían, viera en la Suma de Ponce una herramienta pedagógica superior, sin prever su futura condena.
Independientemente de las intenciones de Zumárraga, la adopción de este texto pudo haber introducido sutilmente en la primera evangelización de México un énfasis particular en la fe interior, la importancia de la gracia divina y una relación más personal con Dios, elementos característicos del pensamiento de Ponce. Aunque envueltas en un marco católico, estas ideas resonaban con el espíritu de la devotio moderna y el humanismo cristiano que Ponce representaba, matizando la religiosidad que se transmitía a las primeras generaciones de cristianos en la Nueva España.
Este fenómeno ilustra una dinámica fundamental de la administración imperial: la tensión entre el centro y la periferia. Mientras la metrópoli española, bajo la presión de la Contrarreforma, se movía hacia una ortodoxia doctrinal cada vez más rígida y excluyente, los agentes en la periferia colonial, como Zumárraga, operaban con una autonomía pragmática dictada por las urgentes necesidades locales. Para Zumárraga en México, la prioridad era la conversión masiva; para la Inquisición en Sevilla, la pureza ideológica. La Doctrina breve de Zumárraga nació de la primera necesidad, mientras que la investigación de Montúfar fue una reacción de la segunda, un intento del centro por reimponer su control doctrinal sobre una periferia que había actuado con una independencia de criterio impensable en la Península.
3.3. Ecos en los Archivos: La Persecución del “Luteranismo” en México
El caso de la Doctrina de Zumárraga no ocurrió en un vacío. Los archivos del Tribunal del Santo Oficio en México, establecido formalmente en 1571, revelan una preocupación constante y activa por la infiltración de ideas “luteranas”. Las estadísticas del siglo XVI muestran que, de 1488 causas conocidas por la Inquisición en México hasta 1600, 107 fueron por herejía. Investigaciones más específicas indican que entre 1571 y 1610, al menos 43 individuos fueron enjuiciados por luteranismo.
Estos procesos, que a menudo involucraban a colonos españoles, demuestran que el temor de las autoridades a la contaminación ideológica era una realidad palpable. Cada barco que llegaba, cada comerciante extranjero, era visto como un potencial portador de la herejía que amenazaba con socavar tanto la unidad religiosa como la lealtad política del virreinato. La historia de la Doctrina de Zumárraga demuestra que este temor no era infundado; la “herejía” no solo llegaba en los barcos de los enemigos de España, sino que podía infiltrarse a través de los canales más ortodoxos y alcanzar los niveles más altos de la estructura eclesiástica colonial.
Capítulo 4: La Sombra Alargada: La Presencia de Ponce de la Fuente en el Continente
La influencia de la obra de Constantino Ponce de la Fuente no se limitó al espectacular caso de la Nueva España. La evidencia, aunque más fragmentaria, sugiere que sus escritos circularon por todo el continente americano, formando parte de una cultura intelectual subterránea que conectaba los principales centros del poder español. Su presencia en el Virreinato del Perú y la respuesta de la Inquisición de Lima confirman que el desafío planteado por su “verbo prohibido” fue un fenómeno de escala imperial.
4.1. Lecturas Prohibidas en el Virreinato del Perú
El Virreinato del Perú, con su capital en Lima, era el otro gran pilar del Imperio Español en América. Al igual que en México, existía una élite letrada y una activa vida intelectual. Las fuentes documentales confirman que las obras de Constantino Ponce de la Fuente, junto con las de otros reformistas españoles como Juan de Valdés, circularon en el Perú a pesar de la prohibición. Su Suma de doctrina cristiana es mencionada en inventarios de libros que llegaban al virreinato, formando parte del flujo de materiales impresos que, legal o ilegalmente, nutrían las bibliotecas de clérigos, funcionarios y particulares.
La respuesta institucional a esta infiltración fue la creación del Tribunal del Santo Oficio de Lima en 1569. Al igual que su contraparte mexicana, la Inquisición limeña se dedicó a la persecución de la herejía. Un análisis de sus procesos revela que, si bien el delito más perseguido y castigado con mayor severidad fue el de “judaizante” (especialmente contra conversos portugueses), el “luteranismo” fue una preocupación constante. Entre 1570 y 1600, los delitos contra la fe, incluyendo el luteranismo, representaron más del 13% de todos los casos. Las sanciones iniciales más severas del tribunal recayeron a menudo sobre protestantes extranjeros, considerados no solo herejes sino también agentes de potencias enemigas, como los piratas ingleses capturados en las costas del Pacífico.
Al comparar la situación en ambos virreinatos, emerge un patrón claro. En México, se observa un caso documentado de influencia directa y de alto nivel, con la obra de Ponce siendo adaptada para la catequesis oficial. En Perú, la evidencia apunta más a una circulación subterránea y a una respuesta inquisitorial centrada en la interceptación de individuos, principalmente extranjeros, que portaban estas ideas. Juntos, ambos casos demuestran que la obra de Ponce de la Fuente había penetrado en los dos centros neurálgicos del poder español en América, provocando respuestas diversas pero confirmando su presencia continental.
4.2. Hacia una Geografía de la Disidencia Intelectual
La presencia simultánea de la obra de Ponce en México y Perú no puede considerarse una mera coincidencia. Más bien, es un indicativo de una geografía compartida de la disidencia intelectual que se extendía por todo el imperio, conectando los centros de producción de ideas en Europa (Sevilla, Amberes) con los centros de consumo en América (Ciudad de México, Lima). Los libros prohibidos no viajaban al azar; seguían las mismas redes comerciales y personales que sostenían al imperio, creando un ecosistema intelectual transatlántico que era mucho más complejo y polifónico de lo que la censura oficial pretendía.
La existencia de este “canon” heterodoxo compartido, con Ponce de la Fuente como una de sus figuras centrales, sugiere que las élites letradas de ambos virreinatos, a pesar de las distancias, participaban en una conversación intelectual común. Leían los mismos autores prohibidos, se interesaban por las mismas controversias teológicas y, en consecuencia, representaban un desafío similar para las autoridades imperiales.
Para estas autoridades, el “luterano” no era simplemente un disidente teológico; era una amenaza existencial para el proyecto imperial. En el andamiaje teológico-político de la monarquía hispánica, la unidad de la fe era la base de la lealtad al rey. Por lo tanto, un hereje era, por definición, un traidor. La persecución de libros como la Doctrina cristiana y de las personas que los leían no era solo un acto de defensa de la fe católica, sino un acto fundamental de defensa del Estado, un esfuerzo por mantener la cohesión ideológica de un imperio global frente a las fuerzas centrífugas de la Reforma y la rivalidad geopolítica.
Conclusión: Memoria, Censura y Resurrección
El extraordinario periplo de la Doctrina cristiana de Constantino Ponce de la Fuente encapsula una narrativa de supresión y supervivencia que desafía las nociones simplistas sobre el poder y el control en la Edad Moderna. Su trayectoria es un viaje circular y paradójico: de ser la obra de un aclamado predicador en el corazón del imperio, a convertirse en la prueba central en un proceso por herejía capital; de ser condenada a la hoguera y al olvido absoluto, a resurgir, despojada del nombre de su autor, como un texto fundamental en la construcción del cristianismo en el Nuevo Mundo.
Este artículo ha demostrado que la historia de la obra de Ponce es una alegoría sobre los límites intrínsecos de la censura. El Imperio Español, en su apogeo, construyó el sistema de control ideológico más ambicioso de su tiempo, pero se reveló como una entidad inevitablemente porosa. Las mismas arterias comerciales diseñadas para transportar la riqueza y la ortodoxia desde la metrópoli se convirtieron en los canales por los que fluían las ideas prohibidas. La pragmática necesidad de herramientas de evangelización en la frontera colonial prevaleció, al menos temporalmente, sobre la rígida exigencia de pureza doctrinal del centro imperial, permitiendo que la semilla de un “hereje” germinara en el campo de la misión.
La memoria de Constantino Ponce de la Fuente, que la Inquisición se esforzó por aniquilar con el fuego, no solo sobrevivió, sino que se inscribió de la manera más irónica en el ADN religioso de las mismas colonias que el imperio buscaba proteger de su “veneno”. Su legado, por lo tanto, trasciende la figura del mártir protestante español. Se convierte en el de un pensador cuya obra, a través de su viaje transatlántico, expone las contradicciones, complejidades y la ineludible porosidad del gran proyecto imperial y religioso de la España moderna. La historia de su libro no es solo la historia de una idea que se negó a morir, sino la prueba de que incluso el poder más absoluto no puede controlar por completo el espíritu humano ni el impredecible curso de la palabra escrita.
