La evangelización en la Hispania romana

Judaísmo helenístico y presencia judía en la Hispania romana

La Hispania del siglo I formaba parte del Imperio Romano y albergaba cierta población judía, aunque escasamente documentada. Tras la destrucción de Jerusalén (70 d.C.) y la rebelión de Bar Kojba (134 d.C.), se produjo una diáspora de judíos helenizados por todo el Imperio; muchos fueron deportados como prisioneros o se asentaron voluntariamente en provincias lejanas. Manuel Hellín señala que “las primeras comunidades judías [en la Península] se establecieron en los siglos I y II, tras la destrucción de Jerusalén”, e incluso textos rabínicos mencionan traslados forzados de cautivos hebreos a Hispania en época de Vespasiano y Adriano. El vestigio más antiguo de judaísmo en la península es la lápida de Annia Salomonula (siglo III d.C.) hallada en Adra (Almería), que lee literalmente «Annia Salomonula, un año, cuatro meses, un día, judía». El hallazgo de este epitafio, junto con cerámicas con inscripciones hebreas y lámparas con menorá datadas en los siglos IV-V en ciudades hispanas, indica que hacia el Bajo Imperio existieron comunidades judías prósperas en Hispania. En este contexto, cabe suponer que la circulación por rutas terrestres (calzadas romanas como la Vía Augusta) y marítimas (Mediterráneo occidental) hubiera permitido el traslado de peregrinos judíos hacia y desde Jerusalén. Por ejemplo, el Apóstol Pablo asume la existencia de judíos hispanos al planificar su misión: en Romanos 15:24 escribe «cuando vaya a Hispania, iré a vosotros», lo que implica que ya en el siglo I se contemplaba la evangelización de Hispania desde Roma. Sin embargo, la evidencia directa de cristianos o conversos judaizantes llegando a Hispania en esa época es todavía hipotética y carece de mención explícita.

Exégesis de Hechos 2:9-11

El pasaje de Hechos 2:9-11 describe el evento del Pentecostés en Jerusalén, cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y hablaron en diversas lenguas. El texto (Reina-Valera 1960) enumera las nacionalidades de los oyentes presentes: “Partos, medos, elamitas… Capadocia… Ponto y Asia… Frigia y Panfilia… Egipto… África… y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos… cretenses y árabes”. Este listado refleja la gran diversidad de judíos de la Diáspora reunidos en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. En particular, la mención de “romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos” sugiere que había peregrinos llegados desde distintas provincias del Imperio (incluyendo, potencialmente, Hispania), aunque el texto original griego simplemente usa ἐπιδημοῦντες Ῥωμαῖοι (‘Romanos residentes aquí’). La traducción española no cita “Hispania” ni “España” en absoluto, y no provee evidencia de un envío directo de evangelizadores hacia la península. En sentido estricto, Hechos 2 indica que el Espíritu se comunicó a judíos de todo el mundo conocido, pero no menciona misiones posteriores concretas.

La exégesis crítica de Hechos 2:9-11 resalta que Luke destaca la universalidad del mensaje (judíos de Asia Menor, África y más allá) pero no describe sus planes de difusión geográfica a posteriori. En otras palabras, la lista panorámica de nacionalidades entusiasma sobre la llegada del evangelio “en nuestras lenguas” a extraños (Los hispanos de ese día habrían oído el Evangelio en latín), pero no afirma que inmediatamente el Pentecostés originara una misión ad extra hacia Hispania. De hecho, el relato se centra en el efecto inmediato en Jerusalén. Por ello, aunque resulta sugerente mencionar que varios antepasados comunes (como Pablo) pensaban en Hispania, el texto pentecostal no permite inferir literalmente una expedición apostólica hacia Hispania.

Testimonios patrísticos de la cristianización temprana de Hispania

A pesar de la ausencia de Hechos de los Apóstoles, varios Padres de la Iglesia de los siglos II-III aseguran que el cristianismo ya estaba en Hispania en esas fechas. Ireneo de Lyon (ca. 180) afirma que las iglesias de la “Iberia” guardan la misma fe que las demás, como ejemplo de unidad de la Tradición apostólica: “Las iglesias de la Galia no creen de modo diferente a las de Iberia o los celtas”. Tertuliano de Cartago (ca. 200) afirma textualmente que “todas las fronteras de las Hispanias están sometidas a Cristo” (Hispaniarum omnes termini… Christo vero subdita). Aunque la autoría exacta de este pasaje se debate, refleja una creencia patrística de evangelización amplia. Más concluyente es la carta 67 del obispo Cipriano de Cartago (254), donde, tras la persecución de Decio, se dirige a los cristianos de León (la Legio VII) y Mérida (Emerita Augusta), lo que prueba la existencia de iglesias organizadas en Hispania a mediados del siglo III.

Ningún escritor primitivo documenta los nombres de los primeros evangelizadores hispanos, pero la convergencia de estos testimonios muestra que, antes del 250 d.C., ya existían comunidades cristianas consolidadas en la península. Orígenes y Eusebio no ofrecen datos nuevos sobre Hispania, aunque Eusebio vincula la extensión universal del Evangelio con la labor apostólica temprana. En cambio, los Padres citados coinciden en que el cristianismo había alcanzado la Península en la primera mitad del siglo II o III. En conjunto, este testimonio patrístico sugiere que el anuncio del Evangelio se difundió por Hispania muy temprano, aunque no permite rastrear si fueron conversos judeocristianos de Pentecostés u otros misioneros los que lo lograron.

Conclusiones

En conclusión, la posibilidad de que judíos convertidos en Pentecostés hubieran iniciado una comunidad cristiana primitiva en Hispania es atractiva como hipótesis, pero carece de confirmación directa en los textos conservados. Históricamente, sí había judíos en la Hispania del Imperio Romano (como lo atestigua la epigrafía y la normativa conciliar posterior), y las rutas comerciales y militares facilitaron los desplazamientos. El pasaje de Hechos 2:9-11 ilustra la apertura del Evangelio a judíos de “todo el mundo” (incluidos romanos), pero no menciona explícitamente a Hispania. Por su parte, las fuentes patrísticas («las iglesias de Iberia» en Ireneo y Cipriano) aseguran con cierto tiempo de retraso la presencia del cristianismo en la Península.

De modo que, si bien es plausible que entre los israelitas reunidos en Jerusalén hubiera algunos de origen hispano –especialmente dado que Pablo mismo planeó visitar Hispania– la evidencia bíblica y patrística no permite afirmar con certeza un evangelio directo a Hispania en el siglo I. Lo más prudente es concluir que la cristianización de Hispania fue temprana y multifactorial, posiblemente iniciada por misioneros procedentes de Siria, África o Roma, y respaldada por judíos hispanos ya presentes, pero sin un relato histórico único que la vincule directamente con Pentecostés. En cualquier caso, la conjunción de fuentes académicas, arqueológicas y eclesiásticas confirma que hacia el siglo III ya existía una comunidad cristiana hispana antigua y arraigada, testimonio de la rápida expansión del cristianismo en el mundo romano.

Fuentes: Estudios históricos y arqueológicos sobre la presencia judía en Hispania (web),(pdf), textos bíblicos (Hechos 2:9-11 y Romanos 15:24-28), y escritos patrísticos de Ireneo, Tertuliano y Cipriano. Cada cita enlaza con la versión original correspondiente.