La Metafísica de la Hispanidad: La Fe Calcedoniana como Fundamento del Ser y Deber Ser Hispánico

Introducción: La Cuestión del Ser del Mundo Hispánico

El concepto de “Hispanidad” es uno cuyo significado ha sido objeto de una notable evolución y disputa. No se trata de una mera descripción geográfica o de una comunidad lingüística , sino que, en su acepción más profunda y filosóficamente relevante, designa una comunidad histórico-espiritual. Su trayectoria conceptual se inicia en el siglo XVI como un simple marcador de estilo lingüístico , transita por la noción de una hermandad cultural propuesta por Miguel de Unamuno a principios del siglo XX , y alcanza su formulación teológica definitiva a través del sacerdote Zacarías de Vizcarra y el pensador Ramiro de Maeztu. Para los fines de este análisis, seguimos la definición de Ramiro de Maeztu: la Hispanidad no es una comunidad de raza ni de geografía, sino una comunión articulada por un vínculo espiritual y un ideal trascendente, históricamente arraigado en el catolicismo. Ahora bien, desde nuestra perspectiva reformada, afirmamos que la catolicidad se define por la fe niceno-calcedoniana (la cuestión de fondo sobre su verdadera naturaleza) y no por su identificación con Roma o con el Papa (una cuestión institucional contingente que, por sí sola, no constituye la verdadera catolicidad).

Paralelamente, es menester definir el término “metafísica” en el contexto de una civilización. No se emplea aquí en su sentido académico restringido, sino como el armazón fundamental de primeros principios que subyace a la cosmovisión integral de una cultura. La metafísica de una cultura es el sistema que ofrece respuestas a las preguntas últimas —¿Qué es ser? ¿Qué es lo que existe? ¿Por qué existe algo, y no más bien nada? — y que, por ende, provee un “punto de referencia fijo, firme y seguro que trasciende el espacio y el tiempo”. Es, en esencia, el alma de una civilización, su raison d’être última.

Este artículo postula que la auténtica metafísica de la Hispanidad, aquella que le confiere su forma histórica y su propósito trascendente, es y debe ser la fe Cristiana ortodoxa tal como fue dogmáticamente definida por los primeros cuatro concilios ecuménicos: Nicea (325), Constantinopla I (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451). Esta fe conciliar proporciona las respuestas específicas e innegociables a las cuestiones últimas sobre Dios, el Hombre y la Realidad que han animado históricamente al mundo hispánico y que siguen siendo esenciales para su existencia continuada.

La formulación moderna del concepto de Hispanidad por Vizcarra y Maeztu no fue una simple observación sociológica, sino un deliberado proyecto ideológico y metafísico desde nuestra perspectiva. En el contexto de la fragmentación del mundo hispánico en estados-nación de inspiración liberal y jacobina durante el siglo XIX , pensadores como Unamuno buscaron una nueva base para la unidad, hallándola inicialmente en la lengua y la cultura compartidas. Sin embargo, Vizcarra y Maeztu consideraron esto insuficiente. Argumentaron que el verdadero principio unificador no era el lenguaje, sino la fe católica compartida que había forjado esa cultura en primer lugar. Su labor fue un acto contrarrevolucionario que proponía un retorno a la fuente espiritual de la identidad hispánica, una re-sacralización consciente frente a las ideologías seculares, liberales y materialistas. Por lo tanto, analizar la “metafísica de la Hispanidad” implica necesariamente comprometerse con este proyecto del siglo XX de recuperar y rearticular los primeros principios teológicos que se consideraban abandonados u olvidados y que la Reforma, actual, puede recuperar y reconstruir.  

I. La Fundación Dogmática: La Cosmovisión de los Cuatro Concilios

Los primeros cuatro concilios ecuménicos no deben ser vistos como eventos dispares, sino como una única y coherente articulación de la realidad cristiana. Juntos, forman una “gramática metafísica” que define la naturaleza de Dios, la del hombre y la relación entre ambos, estableciendo los límites de la ortodoxia frente a las herejías que amenazaban con disolver la fe.

a. La Realidad de Dios: El Dogma Trinitario de Nicea y Constantinopla

La primera gran crisis metafísica del cristianismo fue el arrianismo. Arrio, un presbítero de Alejandría, enseñaba que el Hijo (el Logos) era la primera y más excelsa de todas las criaturas, pero no era coeterno ni consustancial con el Padre. Esta visión reducía a Cristo a un ser intermedio, un semidiós, haciendo imposible la Trinidad y creando un abismo infranqueable entre Dios y la creación. El Concilio de Nicea (325) respondió con el término crucial homooúsios (consustancial), declarando que el Hijo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, Engendrado, no hecho, consustancial con el Padre”. Esta definición estableció la plena e igual divinidad del Hijo, fundamento indispensable para una soteriología coherente.

Décadas más tarde, la herejía de los macedonianos o “pneumatómacos” negó la divinidad del Espíritu Santo, relegándolo a una condición de criatura. El Primer Concilio de Constantinopla (381) completó el dogma trinitario al afirmar que el Espíritu Santo es “Señor y Dador de vida… que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. El Credo Niceno-Constantinopolitano resultante establece que la realidad última no es una mónada solitaria (como en el deísmo o el islam) ni una fuerza impersonal (como en el panteísmo), sino una comunión de Personas. Esta metafísica trinitaria es la base de una cosmovisión personalista, donde la relación, el amor y la comunión son ontológicamente primarios.  

b. La Realidad del Hombre y la Encarnación: El Dogma Cristológico de Éfeso y Calcedonia

Una vez definida la Trinidad, el debate se centró en la persona de Cristo. El nestorianismo proponía una unión meramente moral o accidental de dos personas en Cristo, una divina y otra humana, negando así una verdadera Encarnación. El Concilio de Éfeso (431) respondió con la proclamación del título Theotokos (“Madre de Dios”) para la Virgen María. Esta no fue principalmente una afirmación mariológica, sino cristológica: la Persona nacida de María es Dios Hijo. Se afirmó así la existencia de un único sujeto, la persona divina del Verbo, en la Encarnación.  

El error opuesto, el monofisismo o eutiquianismo, sostenía que la naturaleza humana de Cristo fue absorbida o disuelta en su naturaleza divina, resultando en una única naturaleza divino-humana. Esta herejía socavaba la verdadera humanidad de Cristo y, por tanto, su capacidad para ser un auténtico representante y redentor de la humanidad. El Concilio de Calcedonia (451) formuló la definición definitiva: Jesucristo es una sola Persona divina que subsiste en dos naturalezas, una divina y una humana, “sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación”. Esta es la doctrina de la Unión Hipostática.  

La definición calcedoniana proporciona una profunda antropología. Afirma la dignidad suprema de la naturaleza humana al ser asumida en unión con Dios. Además, establece el modelo adecuado para la relación entre lo divino y lo humano, lo espiritual y lo temporal: distintos pero inseparables, sin confusión pero sin división.

La fórmula de Calcedonia —”sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”— trasciende la cristología para convertirse en una plantilla metafísica para comprender la realidad. Proporciona las herramientas intelectuales y espirituales para navegar la relación entre la gracia y la naturaleza, la fe y la razón, la Iglesia y el Estado, lo sagrado y lo profano. Enseña cómo mantener unidas dos realidades distintas en una tensión unificada y no reductiva. El “sin confusión” protege contra el panteísmo o cualquier ideología que disuelva las distinciones. El “sin división” protege contra el dualismo o cualquier ideología que cree una brecha insalvable entre realidades, como una separación radical entre la Iglesia y el Estado. Esta “gramática” se convierte en el puente hacia la comprensión de cómo el proyecto histórico de la Hispanidad fue un intento de aplicar esta plantilla calcedoniana a la construcción de una civilización.

II. La Encarnación Histórica: La Fe Calcedoniana en la Génesis de la Hispanidad

Los principios metafísicos definidos por los concilios no fueron teorías abstractas, sino la causa formal y eficiente concreta del mundo hispánico. La historia de Hispania y de la Hispanidad posterior en América es incomprensible sin reconocer esta fe como su principio genético.

a. Forjando la Identidad en la Fe: La Metafísica de la Reconquista

La Reconquista, que se extendió por 770 años (722-1492), no fue simplemente una serie de campañas políticas, sino una prolongada lucha metafísica. Fue el proceso a través del cual los dispares pueblos de la Iberia cristiana forjaron una identidad común definida por su oposición compartida al islam y su adhesión a la fe católica-nicena. El objetivo era la restauratio de un orden cristiano, viendo el reino visigodo como un patrimonio cristiano perdido, lo que vinculaba la identidad de Hispania directamente con el pasado católico ortodoxo preislámico. La culminación bajo los Reyes Católicos fue el proyecto explícito de lograr la unidad tanto territorial como religiosa, estableciendo una “monarquía católica”. La creación de la Inquisición española (1478) y la expulsión de los judíos (1492) fueron instrumentos, por controvertidos que sean, de este proyecto de reconquista para crear una entidad política regional unificada.  

b. Una Misión Universal: El Imperio y la Evangelización

El descubrimiento y la colonización de las Américas se entendieron no principalmente como una empresa económica o política, sino como la continuación de la misión espiritual de la Reconquista a escala mundial. La raison d’être del Imperio español fue la evangelización de los pueblos del Nuevo Mundo. Este impulso universalista emana directamente de la fe trinitaria y cristológica: si hay un solo Dios que se hizo un solo Hombre para salvar a toda la humanidad, entonces la fe debe ser ofrecida a todos. Este imperio trajo la espada y la cruz juntas, no obstante esto ocurría por la propia identidad ibérica.  

c. La Dignidad de la Persona: Las Leyes de Indias y la Antropología Calcedoniana

El proyecto imperial español fue único en su intensa y prolongada auto-reflexión sobre la moralidad de la conquista y los derechos de los conquistados. Este debate, que culminó en las Leyes de Indias, fue una aplicación directa de la teología niceno-calcedoniana. El principio fundamental de las Leyes de Indias era que los pueblos indígenas eran seres humanos libres, vasallos de la Corona, no esclavos, y poseedores de almas capaces de recibir la fe. Esto contrasta marcadamente con otros modelos coloniales que a menudo negaban la plena humanidad de las poblaciones nativas. Este marco legal es una consecuencia directa de una antropología calcedoniana. Porque Cristo asumió una naturaleza humana plena y completa, todos los que comparten esa naturaleza poseen una dignidad inherente. Los debates de la Escuela de Salamanca y la legislación resultante fueron un intento, aunque realizado de manera imperfecta, de estructurar una sociedad basada en esta verdad teológica, reconociendo los derechos y la humanidad del “otro”. 

La propia estructura del Imperio español refleja un intento de instanciar el principio calcedoniano de “distinto pero inseparable”. Los dos poderes, el temporal (la Corona) y el espiritual (la Iglesia), se entendían como esferas de autoridad distintas pero inseparablemente unidas en la misión común de salvación y gobierno. El objetivo era un Estado confesional, no una teocracia (que confundiría las esferas) ni un Estado laico (que las separaría). La autoridad de la Corona se veía como proveniente de Dios, pero su dominio era el orden temporal; la autoridad de la Iglesia también provenía de Dios, pero su dominio era el orden espiritual. El Patronato Real ejemplifica esta relación: la Corona ejercía un poder significativo sobre los nombramientos eclesiásticos, pero esto se entendía como un deber de apoyar la misión de la Iglesia, no de subsumirla. Esta teología política, que busca integrar lo sagrado y lo civil sin confundirlos, es una aplicación directa de la “gramática” metafísica de Calcedonia al ámbito de la política y la sociedad. No obstante con luces y sombras como con sus errores y consecuencias manifiestas.

III. La Disyunción Contemporánea: El Desafío de la Modernidad al Alma Hispánica

Los desafíos contemporáneos que enfrenta el mundo hispánico son fundamentalmente de naturaleza metafísica y representan un alejamiento de su gramática fundacional calcedoniana. Abordar el “deber ser” de la Hispanidad requiere analizar estas rupturas.

a. El Desafío del Secularismo: Una Metafísica Competidora

El secularismo no es una mera neutralidad, sino una cosmovisión integral con sus propios presupuestos metafísicos: el materialismo o naturalismo (solo el mundo físico es real), el relativismo moral (no existe una verdad moral objetiva) y la autonomía de la razón humana (rechazo de la revelación divina). Esta cosmovisión secular es fundamentalmente incompatible con la metafísica cristiana de la Hispanidad. Rechaza al Dios personal y trascendente de la Trinidad en favor de una realidad inmanente y material. Reemplaza la antropología teocéntrica de Calcedonia por un humanismo antropocéntrico donde el hombre es su propio creador y legislador. El proceso de secularización en España y América está documentado como una dilución de la identidad cristiana central, lo que representa no solo un cambio en la práctica religiosa, sino un desplazamiento en el marco metafísico subyacente de la cultura. 

b. La Disolución del Sincretismo y el Auge de la Heterodoxia

Aunque el mundo hispánico sigue siendo ampliamente religioso, se observa una marcada disminución en la adhesión al cristianismo ortodoxo. Esto se manifiesta de dos maneras principales. Primero, el sincretismo, que mezcla formas católicas con creencias indígenas o afroamericanas. Desde un punto de vista dogmático estricto, esto a menudo representa una “confusión de naturalezas”, desdibujando la revelación única y definitiva de Cristo con otras espiritualidades, una violación del principio “sin confusión” de Calcedonia. Segundo, la heterodoxia, manifestada en el rápido crecimiento de denominaciones anexas al al cristianismo pero que no lo son por su sectarismo. Aunque profesan ser “cristianas”, estas comunidades rechazan los credos y los elementos clave de la fe histórica cristiana que formó la Hispanidad. 

Las amenazas contemporáneas a la integridad metafísica de la Hispanidad pueden entenderse como análogos modernos de las grandes herejías cristológicas, elevando el análisis de la sociología a la teología.

  1. El secularismo como arrianismo radical: El arrianismo degradó a Cristo a la condición de criatura. El secularismo completa este proceso eliminando por completo al Creador, dejando solo a la criatura (el hombre) y al mundo material. Es el subordinacionismo último.
  2. El sincretismo como una forma de monofisismo: El monofisismo “confundió” las naturalezas de Cristo. Muchas formas de sincretismo popular confunden la revelación histórica única del cristianismo con creencias pre-cristianas, disolviendo la particularidad de la Encarnación en una espiritualidad genérica e inmanente.
  3. El Estado liberal como nestorianismo político: El nestorianismo creó una separación radical entre lo divino y lo humano en Cristo. El Estado laico liberal moderno impone una separación radical entre la fe privada y la vida pública, creando una sociedad “nestoriana” donde se prohíbe que las dos esferas interactúen de manera significativa y unificada.

c. El Imperativo del Fundamento: Por Qué el Credo Debe Ser la Metafísica

Sin su metafísica católica-nicena fundacional, la “Hispanidad” deja de ser un proyecto histórico-espiritual significativo y se degrada a una mera categoría lingüística o una colección de folclore. Su justificación histórica —la misión universal de la evangelización— desaparece. La cohesión moral y espiritual del mundo hispánico depende de este fundamento metafísico compartido. Su pérdida conduce a la fragmentación y a las crisis de identidad que se presencian actualmente. La fe no es un añadido opcional; es el “alma de la sociedad”. 

Conclusión: Ser es Defenderse – La Hispanidad como Misión Permanente

La metafísica de la Hispanidad es la fe niceno-calcedoniana porque esta fe fue la causa histórica y formal de su existencia. Desde la forja de una identidad en la Reconquista hasta la justificación teológica de un imperio universal y el reconocimiento de la dignidad humana en las Leyes de Indias, cada aspecto definitorio del ser hispánico se deriva de las verdades dogmáticas sobre Dios y el Hombre articuladas por los primeros cuatro concilios.

Asimismo, esta fe debe ser su metafísica porque las alternativas —el secularismo, el sincretismo y la heterodoxia— son negaciones metafísicas que disuelven su ser esencial, reintroduciendo bajo formas modernas los mismos errores ontológicos que la Iglesia primitiva combatió. Inspirándose en la máxima de Maeztu, “Ser es defenderse” , la vitalidad del mundo hispánico depende de su defensa consciente de su metafísica fundacional. La Hispanidad concebida por Vizcarra y Maeztu no es una herencia estática, sino una misión permanente, una causa que debe ser continuamente re-abrazada y defendida contra los desafíos metafísicos de cada época. El futuro de la Hispanidad depende de su fidelidad a la verdad trascendente que la trajo a la existencia.