San Isidoro propone un juicio que comienza “por la casa de Dios” (n. 219), señalando que los creyentes, aunque sometidos a evaluación —“juzgados aquí por los azotes”— no son condenados, sino purificados y finalmente vindicados. De este modo, la valoración de los justos se acompasa con la piedad divina: “hasta la justicia por que cada uno es justo sea justificada por el Dios que justifica” (n. 220). Así, el tema del Juicio Final en las “Sentencias” de San Isidoro de Sevilla, nos arroja una joya de la justificación en Cristo en la visión Hispana de los primeros X siglos del Cristianismo.
1. El misterio del día del juicio (nn. 218–219)
San Isidoro subraya que Cristo, conocedor del “día fijado … para tomar venganza” (Isaías 63:4), lo reservó en su corazón sin revelarlo (n. 218). De este silencio brota una actitud de vigilante esperanza: los creyentes no saben el instante del juicio, mas viven cada día en obediencia activa para él, aguardando el momento glorioso de la resurrección. El juicio comienza “por la casa del Señor” (1 Pedro 4:17) lo cual no es una amenaza neutra, sino remembranza de la disciplina amorosa que corona a las ovejas de Dios con justicia en Cristo (n. 219).
2. La justificación por la misericordia divina (nn. 220–221)
Aunque la justicia humana comparezca “clara” ante Dios, sin la “piedad de la misericordia divina” sería consumida como pecado (Job 9:22). Isidoro advierte que hasta la rectitud más pura necesita de la gracia que justifica. Esta verdad apunta al juicio final como momento en que la justicia de Cristo cubrirá a sus elegidos: así como ovejas hallan refugio en el Pastor poderoso, sus méritos no provienen de sus obras sino del sacrificio de Aquel que los rescata.
Sentencias:
“En el examen del justo juez ni la justicia del justo está segura, si no fuera por la piedad divina, a fin de que hasta la justicia por que cada uno es justo sea justificada por el Dios que justifica. De otra suerte delante de Dios la misma es también pecado. Esto es por lo que dice Job, IX, 22: El consume asial inocente, como al impío. Porque Dios consume al inocente, cuando la misma inocencia mas claramente buscada y comparada con la inocencia divina es anulada, de no ser que el hombre sea también justificado allí por la piedad de la misericordia divina. Dios asimismo consume al impío, cuando con la perspicacia del examen divino es buscado y una vez descubierta la impiedad, es juzgada y condenada.” (XXVII, 220).
3. Muerte corporal versus condena eterna (nn. 222–224)
San Isidoro distingue la igualdad de la muerte física (“todo camina a un solo lugar”) de la desigual retribución en la vida venidera. Los justos y los impíos “igualmente vuelven a la tierra”, mas “allí donde se encuentra la vida, no van igualmente” (n. 222). De igual modo, algunos reciben en esta vida corrección purgativa, preludio de reinado, mientras otros experimentan “el principio de la condenación” que culmina en justa perdición (n. 224).
Sentencias:
“Doble es la sentencia del impío, una cuando por sus deméritos es aquí herido de ceguera mental, para que no vea la verdad; la otra en la muerte, cuando será condenado, para que pague las debidas penas.Doble es el juicio divino; el uno con el que los hombres son juzgados ya ahora, ya en lo venidero; el otro, con el que son juzgados ahora para no ser juzgados después. Y por tanto para algunos la pena temporal sirve de purgación, para otros empero está aquí el principio de la condenación y allí se consumara la temida perdición.” (XXVII, 223-224).
4. Cristo revelado como Pastor y Juez (nn. 225–226)
En el gran día, los “elegidos” contemplarán a Cristo “manso” y se gozarán en su presciencia y cuidado (Mt 25:34), mientras los réprobos verán solo su humanidad para dolor, no su divinidad para gozo (n. 225). La manifestación inmutable de su victoria será “terrible” a quienes llevan “conciencia acusada” (n. 226), mas suave y gozosa a las “ovejas escogidas”.
Sentencias:
“En el juicio los réprobos verán la humanidad de Cristo, en la que fue juzgado, para que sufran dolor; pero no verán su divinidad, para que no gocen. Porque a los que se manifiesta la divinidad, cierto que se les muestra para que gocen. Según el estado de las conciencias aparecerá Cristo, ora manso, a los elegidos; ora terrible, a los réprobos. Porque según la conciencia que cada cual lleva, tal juicio tendrá: de modo que estando Cristo invariable en su tranquilidad aparecerá terrible solo a los que están acusados de maldad por la conciencia.” (XXVII, 225-226).
5. Los cuatro órdenes en el juicio final (nn. 227–228)
Isidoro describe cuatro estados:
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Juzgados aquí y condenados allá (réprobos internos-herejes).
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No juzgados aquí pero condenados allá (réprobos externos).
Luego, -
Juzgados aquí en lucha y reinantes allá en victoria (elegidos que pasan prueba).
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No juzgados aquí en reproche y reinantes allá en victoria (elegidos sin reproche).
Para las ovejas escogidas — orden 3 y 4 — el juicio será la entrada gloriosa al reino, tras la resurrección por la cual Cristo las separa de las cabras (Mt 25:32–33).
Sentencias:
“En el juicio hay dos clases u órdenes de hombres, a saber: de los escogidos y de los réprobos, que a su vez se subdividen en cuatro: dos de aquellos reinarán con Cristo. En esta forma la clase de los réprobos se parte en dos: pues los que son malos dentro de la Iglesia han de ser juzgados y condenados; mas los que se encontraran fuera de la Iglesia no serán juzgados, sino solo condenados.”Así pues el orden primero, de los que son juzgados y perecen, es opuesto al orden de los justos, en el que se encuentran los que son juzgados y reinan. El segundo orden, de los que no son juzgados y se pierden, es opuesto a aquel orden de los justos, en el que están los que no son juzgados y reinan. El tercer orden, de aquellos que son juzgados y reinan, es contrario al orden al que corresponden los que son juzgados y perecen. El orden cuarto, de aquellos que no son juzgados y reinan, es opuesto al orden contrario en que están los que no son juzgados y perecen. (XXVII, 227-228).
Conclusión.
San Isidoro nos recuerda que, aunque el juicio final es misterio insondable, nuestros corazones de creyentes reposan en la promesa de la resurrección: “manso” Pastor que vindica a sus ovejas, llevándolas a morar con Él por siempre. Las “ovejas escogidas” resucitarán no por su propia justicia, sino revestidas de la gracia redentora de Cristo, para heredar el Reino preparado desde la fundación del mundo (Mt 25:34–36).