Disciplina y arte en Isidoro de Sevilla: un prisma para la cosmovisión cristiana e hispana

Introducción

La Hispania visigoda heredó el legado grecorromano y lo filtró a través de la fe cristiana. Nadie sintetiza mejor esa tarea que San Isidoro de Sevilla (c. 560‑636), cuya Etimologías se convirtió en la “Wikipedia” de Occidente medieval. Su programa arranca con una breve definición de disciplina y arte que, lejos de ser un mero juego filológico, ofrece una ventana privilegiada a la cosmovisión cristiana y a nuestra herencia cultural.

I. El texto y el poder del aprender

1. El término disciplina tomó su nombre de discere (aprender). De ahí que pueda llamarse también ciencia: scire (saber) deriva de discere (aprender), ya que nadie scit (sabe), sino el que discit (aprende). Por otro lado, se la denomina disciplina, porque discitur plena (se aprende entera). 2. Se la llama igualmente arte, porque se basa en normas y reglas del arte. Hay quienes sostienen que este vocablo deriva del griego arefé, esto es, de lo que en latín decimos virtus, a la que denominaron ciencia. 3. Platón y Aristóteles delimitaron la diferencia existente entre arte y disciplina al afirmar que existe arte en las cosas que se presentan de una manera determinada, pero podían presentarse de otra; la disciplina, en cambio, se refiere a aquellas cosas que no pueden ser de otra manera. Cuando algo se razona con argumentos indiscutibles, pertenecerá al campo de la disciplina; se hablará, en cambio, de arte, cuando lo que se debate es verosimil y opinable.” (San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Libro I. 1.)

El arranque de las Etimologías de San Isidoro (I, 1) parece, a simple vista, una reflexión etimológica destinada a los gramáticos. Sin embargo, bajo esa superficie late una comprensión profundamente cristiana del conocimiento y un testimonio luminoso de la herencia cultural de Hispania visigoda. Isidoro afirma que disciplina desciende de discere (“aprender”) y que solo scit (“sabe”) quien discit (“aprende”). El giro es teológico: en la antropología bíblica el ser humano es un “oyente de la palabra” y, por tanto, la condición discipular estructura toda búsqueda de la verdad (Romanos 10:17). Saber no es poseer, sino recibir; el conocimiento se entrega como un don, no se conquista como botín.

II. La teológica de la disciplina

La misma etimología revela un ideal de plenitud: discitur plena, se aprende entera. Isidoro rechaza un saber fragmentario; la disciplina aspira a abarcar lo real “sin compartimentos”—una intuición que preludia la visión cosmológica paulina de que “todas las cosas en él subsisten” (Col 1:17). La síntesis cristiana que emerge en Hispania integra la razón grecolatina, la exégesis patrística y la sabiduría monástica. Así, aprender es de inmediato un acto de culto: la mente se inclina ante el Logos encarnado, ordenando cada ciencia al fin último de glorificar a Dios (1 Co 10:31).

Cuando Isidoro distingue disciplina de ars, se apoya en Platón y Aristóteles para decir que el arte versa sobre lo contingente, mientras que la disciplina trata lo que no puede ser de otra manera. Con eso coloca la filosofía clásica al servicio del dogma cristiano: las artes —retórica, medicina, forja— son nobles, pero sus principios pueden variar. La disciplina, en cambio, se ancla en verdades necesarias: la lógica, la teología, la moral revelada. En la Hispania del siglo VII esto cobraba una dimensión civilizadora: forjar reyes y obispos capaces de gobernar un reino compuesto de godos y romanos exigía un núcleo de convicciones inmutables, pues solo así podían disciplinar costumbres, unificar leyes y catequizar pueblos.

III. Cosmovisión cristiana

En la Biblia, paideía (disciplina) une enseñanza y corrección (2 Ti 3:16 RVR60). Isidoro traslada esa visión: aprender no es acumular datos sino formarse según la “ley” de Dios.

Esta orden entre lo opinable y lo inmutable devuelve al evangelio su centralidad. El propio Isidoro había escrito en sus Sentencias que la Escritura “es el camino por el que llegamos a Cristo”. Para él, toda disciplina que merezca el nombre se somete a la norma suprema de la Palabra, porque allí la verdad no cambia. De hecho, el empleo de citas bíblicas en latín vulgar y la alusión constante a la Hebraica veritas muestran que el obispo sevillano valoraba la crítica textual —una alta crítica avant la lettre— y la buscaba remitir siempre a la raíz hebrea y apostólica, evitando tanto la especulación vacía como las tradiciones sin fundamento escriturario.

La dimensión hispana del texto aparece en la vocación de mediación cultural. Hispania no rompió con Atenas ni con Jerusalén; las reconciliaba en Sevilla, Toledo y Zaragoza y por qué no, en América Hispánica. En la península se gestó una “enciclopedia cristiana” capaz de circular por los scriptoria carolingios y de inspirar, siglos más tarde, el humanismo salmantino. Esa tradición entendía que el discipulado intelectual servía a la res publica christiana: formar juristas, teólogos y artesanos para edificar la ciudad terrena según el modelo de la ciudad de Dios.

IV. Herencia hispana

Isidoro compiló tanto patrística oriental como filosofía clásica y derecho romano, forjando una sacra encyclopaedia que modeló las escuelas de Toledo y, siglos después, la Universidad de Salamanca. Nuestra tradición hispana nace así con vocación católica en el sentido etimológico—“según el todo”—y reformadora, pues coloca la disciplina al servicio de la Veritas Scripturae. Las Etimologías circularon en la Reconquista y nutrieron tanto a clérigos mozárabes como a monarcas leoneses, cimentando un imaginario donde aprender equivale a servir a Dios y edificar la sociedad.

Conclusión

En definitiva, el breve pasaje de las Etimologías despliega un programa educativo que sigue vigente. Saber empieza con el aprendizaje humilde y culmina en la contemplación de verdades que no pueden ser de otra manera, porque proceden del Creador. Para Isidoro, aprender es un acto doxológico: “nemo scit, nisi qui discit” porque nadie puede vivir para la gloria de Dios sin antes ser formado a Su imagen. Al redescubrir esta raíz, los cristianos hispanos del siglo XXI podemos recuperar una educación que abarque arte y disciplina, ciencia y virtud, tecnología y sabiduría. Así honramos nuestra herencia y obedecemos el mandato apostólico de llevar “todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo” (2 Co 10:5).

Disciplina, entonces, no es solo método; es vocación cultural bajo el señorío de Jesucristo, una invitación perenne a aprender plenamente para vivir rectamente.