La Tradición Hispana de la Iconografía Pedagógica

Introducción

La historia del cristianismo ha abordado de diversas maneras el uso de las imágenes religiosas. Algunas tradiciones han abrazado la iconodulia con fervor, mientras otras han mantenido una postura de cautela, influenciadas por contextos históricos y teológicos. La Iglesia hispana primitiva es un ejemplo de esta segunda vertiente, desarrollando una concepción de la iconografía que priorizaba su función pedagógica y narrativa sobre cualquier forma de veneración (dulía). El Concilio de Elvira y la ausencia de pronunciamientos iconódulos en los Concilios de Toledo demuestran cómo la Hispania visigoda forjó una tradición donde la imagen era un valioso instrumento de enseñanza y relato, pero nunca un objeto de culto.

I. Contexto Histórico y Cultural: Semillas de una Tradición

La particular visión hispana se originó en el Concilio de Elvira (ca. 305), uno de los sínodos más antiguos de Occidente. Su canon 36 es categórico: “Que no haya pinturas en las iglesias, para que no se pinte en las paredes lo que se venera o adora” (Hefele, 1894, p. 136). Esta prohibición refleja una profunda preocupación por evitar la idolatría y la confusión entre Creador y criatura. En un contexto de proliferación de prácticas paganas y cultos a deidades, la Iglesia hispana buscaba diferenciar claramente el cristianismo. La imagen, aun siendo atractiva, se percibía como un riesgo para la pureza del culto. Elvira no condenó la imagen en sí, sino su potencial de desviar la adoración exclusiva a Dios. Este concilio sentó las bases de una mentalidad anicónica en el culto, no por rechazo al arte, sino por una preocupación pastoral y teológica.

La inquietud por la idolatría no se limitaba a los templos. El canon 41 del mismo concilio proscribió los ídolos paganos en hogares cristianos y advirtió que quienes rompieran un ídolo y fueran martirizados por ello no serían considerados mártires cristianos (Hefele, 1894, p. 138). Esta disposición subraya que Elvira no promovía una iconoclasia violenta, sino la pureza interna de la fe y una clara distinción entre el culto verdadero y la superstición. Esta aproximación temprana se asemeja al “primer iconoclasmo” visible en escritos como los de Tertuliano en el siglo III, quien también advertía sobre los peligros de las imágenes.

Con la caída del Imperio Romano y la llegada de los visigodos, primero arrianos y luego convertidos al catolicismo en el 589, esta tradición de cautela se mantuvo. La Iglesia hispana visigoda desarrolló una identidad litúrgica propia (el rito hispano) y produjo figuras influyentes como San Leandro de Sevilla y Martín de Braga. Sin embargo, no hay registro de tratados patrísticos hispanos dedicados explícitamente al culto a las imágenes. La postura hispana se alineaba con la del Occidente latino: las imágenes eran aceptadas como ayudas educativas o decorativas, no como objetos de adoración. La escuela de San Isidoro de Sevilla (560-636), heredera de la teología de San Agustín, concebía las imágenes “ad usum fidei” —para instruir a los fieles— sin atribuirles un culto propiamente dicho. Aunque el arte religioso visigodo abundó en mosaicos, relieves y códices iluminados, su función era predominantemente narrativa o simbólica, careciendo de un rol litúrgico formal de veneración.

II. Desarrollo Doctrinal y Patrístico: Un Enfoque en la Teología Trinitaria y Cristológica

La Iglesia hispana mantuvo esta línea de prudencia durante la consolidación del reino visigodo. Los Concilios de Toledo, celebrados entre los siglos VI y VII, fueron fundamentales para la organización eclesiástica y la definición doctrinal. Sin embargo, ninguno de estos concilios contiene una declaración que fomente el culto a las imágenes o que las eleve a un estatus de veneración (dulía). La atención se centró en la erradicación del arrianismo, la disciplina clerical, la sucesión monárquica y la formulación de la fe trinitaria y cristológica (Thompson, 1969, p. 104; Thompson, 1969, p. 248). La ausencia de pronunciamientos sobre la veneración de iconos refleja una postura ya establecida: las imágenes no eran un foco de controversia porque su uso estaba circunscrito a fines específicos.

Esta restricción se alineaba con la tradición patrística occidental, que distinguía la adoración (latría) debida solo a Dios de la veneración (dulía) a los santos. En el contexto hispano, esta distinción se inclinó fuertemente hacia la función pedagógica y narrativa de las imágenes. Las imágenes servían para hacer comprensibles las narraciones bíblicas, recordar a los santos y sus virtudes, y evocar los misterios de la fe a una población mayormente iletrada. Eran, en esencia, “la Biblia de los analfabetos”, un concepto que resonaría en San Gregorio Magno, una autoridad respetada en Hispania, quien afirmaba que las imágenes eran útiles “para alimentar la fe de los iletrados” (Gregory I, 1890, p. 270).

Las representaciones artísticas de la época no estaban diseñadas para ser veneradas con gestos litúrgicos específicos, sino para narrar historias sagradas, simbolizar verdades teológicas y embellecer los espacios sacros (Hillgarth, 1980, p. 135). Un relieve que representaba un episodio bíblico, por ejemplo, buscaba educar al espectador, no convertirse en un objeto de culto. La imagen era un medio, no un fin.

Conclusión

La Iglesia hispana, desde el Concilio de Elvira hasta la era visigoda, desarrolló una postura coherente y cautelosa sobre el uso de la iconografía. Lejos de la iconodulia o de una iconoclasia destructiva, la tradición hispana optó por una visión pedagógica y narrativa de la imagen. El Concilio de Elvira sentó el precedente de la cautela frente a la idolatría, y la subsiguiente ausencia de pronunciamientos a favor de la dulía en los Concilios de Toledo confirmó que la imagen era vista primariamente como un instrumento para la instrucción y el relato de la fe. En la Hispania, la imagen fue un valioso maestro silencioso, un narrador visual de verdades eternas, pero nunca un objeto que demandara la veneración exclusiva de Dios. Esta tradición subraya la posibilidad de integrar la iconografía en la vida religiosa de manera significativa, preservando la pureza del culto y la distinción fundamental entre el signo y la realidad divina.

Fuente:
Gregory I. (1890). Epistolae. En J.P. Migne (Ed.), Patrologia Latina (Vol. 77). Garnier Fratres.
Hefele, C. J. (1894). A History of the Councils of the Church: From the Original Documents (Vol. 1). T. & T. Clark.
Hillgarth, J. N. (1980). The Visigothic Kingdom in Spain and Gaul. En The Cambridge History of Latin America (Vol. 1). Cambridge University Press.
Isidore of Seville. (2006). Etymologies. (S. A. Barney, W. J. Lewis, J. A. Beach, & O. Berghof, Trans.). Cambridge University Press.
Thompson, E. A. (1969). The Goths in Spain. Clarendon Press.