Jesucristo: Único Salvador, Redentor Total

Día del Señor 11:
Catecismo Hispano 2025 – Para el Reino de Cristo

En nuestro caminar pactual, uno de los pilares que debemos edificar firme y profundamente en el corazón de nuestros hijos es el nombre y la obra de Jesucristo, nuestro único Salvador. No es poca cosa que la Escritura declare que su nombre será “Jesús”, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Aquí no hay ambigüedad: Jesús no vino simplemente a mejorar vidas, sino a salvarnos radical y completamente de nuestra culpa, de nuestra corrupción y de la condenación eterna. La crianza pactual comienza con esta confesión esencial: Cristo lo es todo, y fuera de Él no hay nada.

Muchos en nuestro contexto hispano han sido criados en una religiosidad cultural, donde la devoción se fragmenta entre santos, esfuerzos personales, méritos humanos o promesas vacías. Pero debemos enseñar con claridad —no solo con palabras, sino con ejemplo cotidiano— que Jesús no es Salvador a medias. Como bien lo dice el catecismo: o se recibe a Cristo como Redentor completo, o se le rechaza. No podemos dividir a Cristo entre lo que hace Él y lo que hacemos nosotros, entre lo que salva Él y lo que pedimos a otros. “¿Está dividido Cristo?”, pregunta Pablo. La respuesta es rotunda: no (1 Corintios 1:13).

Esto implica que cada aspecto de la vida familiar debe reflejar esa unicidad de fe: nuestras oraciones deben ser dirigidas al Padre por medio de Cristo; nuestras decisiones deben reflejar dependencia de su Palabra; nuestras correcciones, nuestra adoración, nuestras esperanzas, deben girar en torno a la suficiencia de Cristo como Señor y Salvador. Los padres deben ser los primeros en modelar esta confianza, mostrando que no se buscan “otros medios” ni se recurre a “otras seguridades”, porque sabemos que fuera de Cristo no hay quien salve (Isaías 43:11).

La fidelidad doctrinal expresada en los Credos —Apostólico, Niceno, Calcedonia y Atanasio— debe enseñarse con gozo y reverencia en nuestros hogares, no como simples fórmulas, sino como confesiones vivas de una fe indivisible: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es nuestro único Redentor. Que nuestros hijos lo aprendan, lo crean y lo confiesen como su Señor, no por imposición, sino por la obra del Espíritu en un hogar saturado de verdad, gracia y obediencia fiel.

Padres: el mayor legado que pueden dejar no es una herencia terrenal, sino hijos que confiesen con gozo: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor.”

Soli Deo Gloria.