
San Isidoro de Sevilla y la autopurificación de la verdad bíblica
«¿Por qué causa se produce el hecho de la herejía? Para ejercitar la fe. Pero el camino por el que se consuma es la oscuridad de las divinas Escrituras, por la cual, ofuscados los herejes, interpretan cosa distinta de la realidad. Ni siquiera pueden subsistir las herejías, pues en el mismo momento en que nacen ya no existen porque, al interpretar falsamente, no adquieren la ciencia, sino que se afanan por nada».
(Sentencias, I, 16, 8)
Introducción
En esta breve pero densa sentencia, san Isidoro de Sevilla († 636) declara que toda herejía surge —y se disipa— en el terreno mismo de la exégesis bíblica. Su intuición anticipa el aforismo reformado Scriptura sui ipsius interpres (“la Escritura es su propio intérprete”). El presente ensayo defiende que, para Isidoro, la supremacía de la Escritura se manifiesta en su capacidad de autorevelación: cualquier lectura desviada se frustra al ser cotejada con el conjunto mismo del canon. El error es efímero porque la verdad inspirada posee un mecanismo interno e intrínseco de defensa que humilla al intérprete y purifica la doctrina de la Iglesia.
1. Oscuridad aparente y luz intrínseca
Isidoro nombra “oscuridad” (obscuritas) a la profundidad de las Escrituras, no a un defecto de inspiración. El mismo fenómeno había sido descrito por Agustín: «En aquellas cosas que se nos presentan oscuras… no rechacemos precipitadamente lo que no entendemos» (De doctr. II 14). Esa “penumbra” reclama diligencia espiritual (Proverbios 2:3-5) y protege la revelación de la trivialización. Los “ofuscados” no tropiezan por falta de luz, sino por orgullo intelectual (2 Corintios 3:14-16).
2. Génesis y caducidad de la herejía
Para Isidoro, las herejías nacen in ipsa Scriptura, al aislar textos de su contexto canónico. La tergiversación se parece al fenómeno que Pedro denuncia cuando los «inductos e inconstantes» tuercen las Escrituras “para su propia perdición” (2 Pedro 3:16). Sin embargo, esa misma Escritura contiene los antídotos que neutralizan la falsedad: «en el momento en que nacen ya no existen». La falsa lectura carece de scientia sólida porque no soporta el examen integral del mismo canon (Hechos 17:11).
3. Providencia: la herejía como ejercicio de la fe
El apóstol Pablo reconoce que “es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos los que son aprobados” (1 Corintios 11:19). Isidoro retoma la idea: Dios permite la herejía “para ejercitar la fe”. Las controversias obligan a la Iglesia a profundizar en la Palabra, a ordenar las voces dispersas de la Escritura y a formular confesiones que, sin añadir nueva revelación, sistematizan la fe recibida (ejemplos Nicea 325, Constantinopla 381, Éfeso 431 y Calcedonia 451). Así, la “oscuridad” se convierte en un adiestramiento hermenéutico siendo la propia Escritura su fundamento para el ejercico de la fe.
4. Principio “Scriptura sui ipsius interpres”
Isidoro no acuña la frase, pero la ilustra con fuerza en sus escritos. Ireneo había dicho que la Escritura “se armoniza consigo misma” (Adv. haer. II 27), y Agustín afirmaba la “concordia veritatis” entre pasajes claros y oscuros. Los reformadores se apoyaron en esta línea patrística para rechazar un magisterio externo infalible: la Escritura, por ser theópneustos (2 Timoteo 3:16-17), está capacitada para juzgar toda interpretación humana, donde los doctores tienen que humillarse ante ella.
El mecanismo práctico del principio se despliega en dos movimientos:
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Analogía de la fe. Los textos oscuros se leen a la luz de los claros, pues un único Espíritu habla en todo el canon.
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Analiticidad canónica. Cada pasaje se ubica en el drama redentor global, evitando el reduccionismo de una perspectiva fragmentada.
5. Ejemplo histórico: el arrianismo visigodo
La lucha contra el arrianismo en Hispania ilustra el punto de Isidoro. Los arrianos citaban Proverbios 8:22 (“Jehová me poseía en el principio”) fuera de contexto para negar la eternidad del Hijo. Los apologistas Nicenos respondieron con la totalidad bíblica: Juan 1:1 («el Verbo era Dios»), Colosenses 2:9 («toda la plenitud de la Deidad»), y Hebreos 1:3-8. La herejía «no subsistió» porque su lectura parcial fue desmentida por la polifonía canónica. Isidoro, heredero de esta tradición, comprende que el error se extingue al exponerse a la luz completa de la Palabra, basta ver este tema de Cristo y la hermenéutica aplicada Escritural de San Isidoro en Sentencias I, capítulo 14.
6. Implicaciones para la exégesis contemporánea
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Suficiencia y humildad. La Escritura es Su propio intérprete; el exegeta se somete a ella y no viceversa.
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Unidad teológica. La Biblia no se reduce a “biblioteca de voces en conflicto”, sino que exhibe una coherencia doctrinal orgánica.
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Autoridad textual para el ejercicio de la fe. El trabajo filológico esclarece lecturas difíciles, pero su meta no es reconstruir un texto “neutro”, sino oír con mayor nitidez la voz del Espíritu de verdad en la Escritura.
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Diálogo ecuménico. Reconocer la regla de la Escritura (regula scripturae) llama a un debate maduro centrado en pruebas escriturales, evitando sofismas que apelan sólo a autoridad eclesiástica o sentimiento privado.
Conclusión
San Isidoro de Sevilla, desde la Hispania visigoda, articula un argumento de permanente vigencia: la supremacía hermenéutica de la Escritura. La herejía se gesta donde se ignora la totalidad del consejo de Dios (Hechos 20:27), pero muere en el mismo instante en que la luz canónica revela su inconsistencia. En tiempos de proliferación doctrinal y relativismo interpretativo, el principio Scriptura sui ipsius interpres —presente ya en los Padres, afianzado por la Reforma y confirmado por el fruto de todo ello— continúa siendo un baluarte para la Iglesia de hoy que busca «contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos». La Palabra que se explica a sí misma no sólo desenmascara el error: edifica, corrige y capacita al hombre de Dios para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17)