El Kerigma en Hispania Antes del Siglo IX

Contexto histórico de la cristiandad hispana hasta el siglo IX

Desde los primeros tiempos el cristianismo arraigó en Hispania dentro de la cristiandad romana. Tras la caída del Imperio, el Reino visigodo (s. V-VII) adoptó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (589) y lo consolidó en concilios posteriores. En esta época surgieron grandes maestros como san Leandro de Sevilla (fl. s. VI) y san Isidoro de Sevilla (560–636), que combinaron roles episcopales con labor cultural. San Gregorio Magno relata que san Leandro, obispo de Sevilla, predicó eficazmente a la aristocracia gótica: «Hermenegildo, rey godo, hijo de Leovigildo… con la prédica de Leandro… se convirtió [abjuró] de la herejía arriana a la fe católica». Además, la Iglesia hispana vigilaba muy de cerca el celo pastoral: por ejemplo, san Martín de Braga advierte a los nuevos cristianos contra supersticiones paganas tras el bautismo. Él reprocha que tras renunciar al demonio por el bautismo algunos «volvéis a adorar a los demonios y volvéis a las malas obras de los ídolos, pasando por alto vuestra fe y rompiendo el pacto que hicisteis».

Contenido teológico del Kerygma

El kerigma cristiano proclamado en Hispania era el núcleo del Evangelio de Cristo: la Encarnación, la Pasión redentora, la Resurrección y el señorío de Jesús. Los cronistas y teólogos visigodos asumían la cronología tradicional del Nuevo Testamento. Según la Crónica de san Isidoro, «nuestro Señor Jesucristo nace de la Virgen en Belén» (en el reinado de Augusto) y «en su decimoctavo año nuestro Señor fue crucificado» (cumpliendo los tiempos bíblicos de la Pasión). Estos datos refuerzan la enseñanza de la Iglesia de que Jesús es el Mesías encarnado, concebido por el Espíritu Santo y nacido de María (Lucas 1:31; Mateo 1:23).

La muerte de Cristo en la cruz se interpretaba como el acto central de la salvación. Como predicó el obispo Paciano de Barcelona (siglo IV), con Cristo la humanidad ha sido liberada del pecado: «Él… nos ha redimido, consiguiendo el perdón de todos nuestros pecados… [al clavar el acta de la desobediencia en la cruz]… Soltó a los cautivos y rompió nuestras cadenas». En otras palabras, Cristo «murió por nuestros pecados» y resucitó al tercer día (1 Corintios 15:3-4), dando prueba de que Él es “Señor sobre todas las cosas” (Mateo 28:18). La resurrección era presentada como victoria definitiva sobre la muerte y garantía de la futura resurrección de los fieles. Después de la Pascua, se proclamaba que Jesús ascendería al cielo y derramaría el Espíritu Santo (Lucas 24:46-49; Hechos 2). La señoría de Cristo se expresaba en la fe de que Él es “medidor de vivos y muertos” (2 Timoteo 4:1) y rey del mundo futuro (Apocalipsis 11:15).

En síntesis, el mensaje esencial anunciado por la iglesia hispana coincidía con los evangelios: Dios amó al mundo, envió a su Hijo y en Él concede perdón y vida eterna (Juan 3:16). Los padres hispanos lo expresaban en fórmulas catequéticas, y hasta el credo (Regla de la fe) se hacía público: san Isidoro, por ejemplo, colocó en el De ecclesiasticis officiis (cap. 24) la «regla de la fe» (el credo bautismal) para que todos los fieles la conocieran.

Predicación del Evangelio en Hispania

La predicación era tarea central de obispos y sacerdotes. En los concilios hispanos se ordenó profesionalizar los sermones: se normalizaron las ceremonias litúrgicas (bautismo, Viernes Santo, etc.) y también la predicación misma, unificando temas de sermón, ayuno y oraciones. Las escuelas episcopales formaron a los candidatos al sacerdocio en retórica y teología. Según san Isidoro, en Sevilla se impartía a los novicios un “curso de oratoria sagrada… muy práctico y dirigido a la predicación al pueblo”. Asimismo, se cultivaba la catequesis litúrgica: por ejemplo, en la Oración después de la Comunión (Liber ordinum mozárabe) rogaba el sacerdote al Señor que le abriera la boca para proclamar con sabiduría las enseñanzas recibidas.

En la práctica, el evangelio se difundía en la liturgia y en los sacramentos. El rito hispano-mozárabe, que se mantuvo en la Galia Narbonense y luego en el Reino de Asturias, conservaba homilías veterotestamentarias y neotestamentarias (muchas de autor anónimo o adaptadas de los Padres orientales y occidentales). Aunque casi no se conservan sermones “originales” hispanos del siglo VII (la mayoría proviene de compilaciones de sermones ajenos), la tradición homilética enfatizaba los misterios de Cristo (Natividad, Epifanía, Pascua, Pentecostés) siguiendo el calendario litúrgico.

Los concilios de Toledo, por ejemplo, exigieron que todo sacerdote dominase el Salterio, cánticos e himnos y supiera administrar el bautismo También cuidaron la pureza del evangelio ante las herejías: las actas conciliares condenan insistentes prácticas arrianas o judaizantes e incluyen anatemas a herejes. En este marco la predicación reforzaba la ortodoxia: san Leandro escribía cartas y sermones aclaratorios, e Isidoro dedicó obras exegéticas (como sus Etimologías y comentarios bíblicos) para respaldar la doctrina cristológica del Concilio de Calcedonia (451).

Aplicación en la vida del creyente y sociedad

El evangelio no era solo doctrina teórica, sino norma práctica. El bautismo prometía liberación de Satanás (Hechos 26:18), pero san Martín de Braga observa que en el siglo VI muchos conversos continuaban rendir culto a las antiguas supersticiones rurales. Él amonesta: «Habéis dejado el signo de la cruz recibido en el bautismo, para volveros a los signos del diablo en los pájaros y en los estornudos…» (una crítica a su tiempo). De este modo, los predicadores exigían coherencia: el cristiano debía renunciar a las costumbres paganas. Los cánones conciliares prohibían toda práctica idolátrica y ordenaban fórmulas bautismales claras contra el error (muchos concilios hablan de oraciones exorcísticas al bautizar, confesando la fe en Cristo).

En la vida social, el evangelio impregnó leyes y costumbres. Los reyes visigodos actuaron como defensores de la Iglesia Católica-Nicena (concediendo privilegios al clero e imponiendo penas a rebeliones e injusticias), reflejando el mandamiento evangélico de justicia social. En lo personal, los creyentes practicaban obras de caridad y seguían normas morales inspiradas en Cristo (por ejemplo, la doctrina sobre el matrimonio y la familia se basó en 1 Corintios 7 y Mateo 19). Las homilías episcopales y los escritos ascéticos (como los de Martín de Braga o san Isidoro en su Sentencias) insistían en la pobreza voluntaria, la castidad y la solidaridad, como expresión del Reino de Cristo en la tierra.

En resumen, antes del siglo IX la predicación del kerigma en Hispania articulaba completa la Buena Nueva de Cristo: anunciaba su nacimiento virginal y vida sin pecado, proclamaba su pasión redentora y victoria en la Resurrección, y enseñaba el santo temor y amor a su señorío eterno. Este mensaje se transmitía a través de la liturgia, la predicación episcopal y la enseñanza clerical, y moldeaba la fe personal y la ética social según la ortodoxia católica del tiempo.

Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo…”, 1 Corintios 15:3-4, “Cristo murió por nuestros pecados… resucitó al tercer día… conforme a las Escrituras”, entre otros, sintetizaban el núcleo del kerygma divulgado en la Hispania visigótica y mozárabe.

Fuentes: Textos patrísticos hispanos (como los sermones de Paciano o san Martín de Braga) y actas conciliares medievales. Estas fuentes ortodoxas reflejan cómo los teólogos hispanos medievales concebían y enseñaban el evangelio de Cristo en su contexto.