Cipriano, el primero y más grande eclesiólogo de la Iglesia antigua antes de Agustín, no concede ninguna autoridad al obispo de Roma fuera de su diócesis, como se ve claro en el asunto de la apostasía de Basílides y Marcial y en la fuerte oposición a Roma, en el caso de los rebautizados por los herejes. El Concilio de África del 255 reafirma la necesidad de rebautizar a los herejes (Cypr. Epist. 70,1,1); lo mismo hizo un concilio del año siguiente (Cypr. Epist. 73,1,2).
“Porque ninguno de nuestros obispos se erige como obispo de obispos ni, mediante el terror tiránico, impone a sus colegas la necesidad de la obediencia.” (Neque enim quisquam nostrum episcopum se episcoporum constituit aut tyrannico terrore ad obsequendi necessitatem collegas suos adicit.) Cipriano (256).
Fuente: José María Blázquez: La carta 67 de Cipriano y el origen africano del cristianismo hispano. Real Academia de la Historia. Madrid.