El Credo Niceno

Prólogo al Credo Niceno (325 d.C.)

Este Credo constituye una declaración dogmática de los contenidos esenciales de la fe cristiana, así como una respuesta temprana contra la herejía de quienes negaban la divinidad eterna de Cristo, enseñando que Él era meramente la primera creación de Dios. Entre los principales promotores de esta herejía se destacó Arrio, un sacerdote norteafricano que rehusaba confesar que Jesucristo es verdadero Dios.

Ante esta amenaza, la Iglesia del Señor se vio obligada a presentar una defensa clara de la verdad apostólica, refutando el arrianismo desde sus primeros brotes. Así, podemos ver que Dios ha guiado siempre a su Iglesia hacia la verdad a través de las controversias, cumpliéndose lo que dice la Escritura: “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.” (1 Corintios 11:19).

La primera formulación de este Credo se dio en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C., y su forma más completa y precisa fue definida posteriormente en el Concilio de Constantinopla en el año 381 d.C.

Por tanto, se espera de todo cristiano, frente a toda falsedad y engaño, no apatía ni pasividad, sino una pronta y firme respuesta conforme a las Escrituras, para exhortar y refutar a los que contradicen la verdad de Dios (Tito 1:9).

Osio de Córdoba: Arquitecto de Nicea y Defensor de la Fe

Osio de Córdoba (ca. 256–357/358), fue un obispo hispano y confesor de la fe, fue una figura clave del cristianismo antiguo y uno de los protagonistas principales del Concilio de Nicea (325 d.C.). Sobreviviente de las persecuciones de Diocleciano, ganó la confianza del emperador Constantino, a quien sirvió como consejero espiritual y teológico. Se le atribuye incluso haber influido en las medidas imperiales favorables al cristianismo.

Desde su sede en Córdoba (desde 295), Osio destacó como defensor de la ortodoxia trinitaria. Participó en el Concilio de Elvira y, al estallar la controversia arriana, fue enviado en 324 por Constantino a Oriente para mediar entre Arrio y Alejandro de Alejandría. Al fracasar la reconciliación, Osio recomendó convocar un concilio general.

En Nicea, presidió las sesiones y jugó un papel decisivo en la formulación del Símbolo Niceno, incluyendo la afirmación clave de la consustancialidad del Hijo con el Padre (homoousios). Su autoridad teológica y su integridad fueron determinantes para el consenso alcanzado. San Atanasio lo veneró como un “padre en la fe”.

Osio continuó su labor en defensa de la ortodoxia hasta avanzada edad. En el Concilio de Sárdica (343), reafirmó la inocencia de Atanasio y defendió la jurisdicción eclesiástica frente a injerencias imperiales. Su firme postura frente al emperador Constancio II es célebre: en una carta de 356, declaró que el poder civil no tiene autoridad sobre la doctrina de la Iglesia, escribió: “Dios te confió el Imperio, a nosotros [obispos] las cosas de la Iglesia… Ni tú, Emperador, tienes potestad en lo sagrado”​

Osio es recordado como uno de los grandes pilares de la ortodoxia trinitaria. Su papel en Nicea, su defensa incansable de la consustancialidad de Cristo y su valentía frente al poder político lo convierten en un modelo de integridad en la fe.

El Credo de Nicea-Constantinopla (381 d.C.)

Teodosio fue formado en la fe cristiana ortodoxa desde joven, influenciado por su familia hispana, particularmente su padre y la comunidad cristiana trinitaria de Hispania. Su teología se alineaba con Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y los grandes defensores del homoousios. El emperador Teodosio I el Grande (r. 379–395 d.C.) jugó un papel determinante en la consolidación de la ortodoxia nicena y en la celebración del Concilio de Constantinopla en el año 381, donde se formuló el Credo Niceno-Constantinopolitano. Su influencia fue tanto política como teológica, marcada por una profunda convicción cristiana trinitaria y una clara oposición a las herejías de su tiempo, especialmente el arrianismo y el pneumatomaquianismo.

Resumen

El Credo Niceno fue una respuesta doctrinal clara contra la herejía de Arrio, quien negaba la divinidad eterna de Cristo, considerándolo una criatura. Frente a esta amenaza, la Iglesia defendió la verdad apostólica, guiada por Dios incluso a través de controversias. El Credo fue formulado inicialmente en el Concilio de Nicea (325) y completado en Constantinopla (381), donde se reafirmó la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo.

Osio de Córdoba fue figura clave en Nicea: obispo hispano, confesor de la fe, consejero de Constantino, y defensor firme del dogma trinitario. Presidió las sesiones conciliares, promovió el uso del término homoousios (consustancial), y resistió las presiones imperiales, afirmando la independencia doctrinal de la Iglesia frente al Estado.

Por su parte, Teodosio I, emperador y defensor de la ortodoxia, fue fundamental para la convocatoria del Concilio de Constantinopla (381). Su formación cristiana trinitaria heredada por su familia hispana y su rechazo a las herejías reafirmaron la fe de Nicea y consolidaron el Credo Niceno-Constantinopolitano como expresión autorizada de la fe cristiana universal.


El Credo Niceno

  1. Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso,
    Creador de Cielo y Tierra, de todo lo visible e invisible.
  2. Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
    Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado,
    de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho.
    Que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo: por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre.
    Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado.
    Resucitó al tercer día, según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre.
    De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.
  3. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
    que procede del Padre y del Hijo,
    que con el Padre y el Hijo recibe en una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
    Creemos en la Iglesia, que es una, santa, universal y apostólica.
    Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados.
    Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. AMEN